Jesús, con los ojos alzados al cielo, continuó diciendo:

«Padre santo, no ruego solo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que estén también conmigo donde yo esté, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y estos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos»

Jn 17, 20-26

Nos unimos a la oración de Jesús, siente, que sus palabras hablan de ti, acoge su oración y déjate transformar por ella, deteniéndote en alguno de los dones que pide para ti: la fe, la unidad, la misión, la intimidad con Dios, el conocimiento de su nombre, el amor.

“Que todos sean uno para que el mundo crea”. “Que todos sean uno”. La unidad como un requisito previo a la evangelización.

¿Cómo podemos hablar al mundo de que Dios es amor si estamos enfrentados entre nosotros? y eso vale a todos los niveles, a nivel de la familia, por ejemplo, es tan difícil hoy transmitir la fe a los hijos y si a esa dificultad que viene de fuera, del acoso que el mundo hace a los adolescentes y a los jóvenes. Si a esa dificultad, se le añade que los padres no están de acuerdo, que litigan entre ellos o que a veces incluso las cosas van más allá de un litigio verbal. Pues entonces, es muy difícil que los hijos opten por seguir la fe de los padres.

En cambio sí a pesar de las diferencias de carácter, esas legítimas diferencias unidas al hecho de que uno es hombre y el otro es mujer, si a pesar de esas diferencias somos capaces de mantener la unidad, de respetar las diferencias legítimas, insisto las legítimas, de perdonar, de pedir perdón, de volver a empezar. Si somos capaces de eso, el ejemplo que se da es coherente con la fe que se procesa. Y si ahora esto, desde la iglesia, desde la familia que es la iglesia doméstica lo trasladamos a la iglesia en general vemos que el problema es exactamente igual.

Las parroquias, los movimientos de espiritualidad, cuantas luchas, alguno podrá pensar que se debe a diferencias teológicas profundas que ciertamente hay casos en que eso es verdad, pero, en muchos casos es el afán de mandar, la ambición, incluso, ocultar delitos o pecados, el robo…

Me comentaba un sacerdote que había visto discutir a dos ministros laicos de la eucaristía porque según uno de ellos, al otro le dejaban estar repartiendo la comunión al lado del sacerdote junto al presbiterio, mientras que a él le mandaban a repartir la comunión al fondo de la iglesia. Y se armó una discusión, uno se sentía postergado y humillado delante del otro. ¡Qué absurdo… ¡Que cosa tan ridícula! pero es una realidad. La mayor parte de las veces, la unidad no se rompe porque tengas una cuestión trascendental sobre un problema teológico o importante, se rompe por la vanidad, por los celos, la envidia, o porque tú estás intentando que allí se hagan las cosas bien y el otro tiene que tapar lo que está haciendo mal.

¿Y cómo va a creer la gente?, ¿cómo vamos a pretender que la gente crea en Dios Amor, si resulta que los que predican y hablan del Dios Amor están enfrentados entre ellos? Y el párroco no se habla con el Vicario o el de este grupo no se habla con el del otro grupo, o incluso dentro del mismo grupo hay personas que no se hablan entre sí, y si eso trasladamos a la gran iglesia vemos que es exactamente igual. Tenemos que ser uno como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo lo son, UNIDAD, la unidad es un valor, un valor tan importante que el señor ha ligado su existencia con la evangelización, es Jesús el que dice, Él es quien ora diciéndole al Padre. Te ruego que sean uno como tú y yo somos uno, para que el mundo crea”. Hay que respetar las diferencias porque si no, la unidad sería uniformidad. El Padre no quería que el Hijo se despersonalizara, el Padre no quería que el Hijo fuera una copia de El mismo. Hay que respetar las diferencias de las legítimas diferencias, pero hay que pagar el precio de la unidad: ceder antes que romper.

Jesús pide unidad, parece anticipar todas las alteraciones y discordias de quienes le siguen, los discípulos de entonces y los cristianos de ahora,

unidad no es homogeneidad, ni la única forma de ver las cosas, unidad es la capacidad de acoger una diversidad que sin embargo tiene en común el ponerle al Señor en el centro.

En lo esencial no puede haber discrepancias, en la verdad no puede haber concesiones, pero en tantas otras cosas hay que respetar que somos distintos, no camuflar nuestra envidia o nuestra ambición con motivos más elevados que no son más que excusas para atacar al otro, al cual tenemos envidia o que nos molesta, nos incomoda, porque quizás puede ocupar un día nuestro sitio. “Padre que todos sean uno como Tú y Yo para que el mundo crea”. Hoy tenemos que plantearnos, si en nuestra familia en nuestra parroquia o en nuestra comunidad, en nuestra iglesia estamos haciendo un esfuerzo por la unidad, sabiendo ceder en todo lo que no es esencial, porque lo esencial nunca hay que ceder, sabiendo ceder antes que romper.

QUIERO SER TU AMIGO, JESUCRISTO

Eres mi futuro y mi presente, Jesucristo;
mi horizonte sobre llanuras anheladas.
Desde ayer eres mi amigo:
desde siempre.
En la noche extiendo mi mano adolescente,
toco tus ojos, adivino tu mirada.
[…]
Yo quiero ser tu amigo, Jesucristo,
yo quiero ser tu amigo:
que nunca jamás me doblegue la bajeza;
que no me venza la mentira y la tristeza.
Quiero ser chispa de tu fuego
y gota de tu fuente
y sal, y levadura, y simiente
sembrada por tu mano:
pensando poco en mí, mucho en mi hermano.
Que sea contigo justicia de pobres,
respeto de débiles,
y vaya contigo, sin doblar la cabeza
a los amos del dinero y de la fuerza.
Yo quiero ser tu amigo, Jesucristo,
yo quiero ser tu amigo.
Encontrar tu yugo suave y tu carga ligera
y llevar por todas partes,
en mi cuerpo y en mi alma,
tu vida en primavera.

Esteban Gumucio, ss.cc. GCR