Más aún que en nuestras palabras importan nuestras actitudes profundas. Y, de entre todas ellas, la respuesta del amor del hombre al amor de Dios, que consiste en desposeerse de uno mismo, en ponerse a la total disposición del Señor.

No hace mucho tiempo conocí a un campesino de Seboya que, además de su trabajo profesional, asume responsabilidades importantes en organismos agrícolas. Me habían hablado de su excepcional proyección cristiana. Me lo presentaron, nos contamos mutuamente nuestras actividades. Cuando le hablé de los Cuadernos sobre la Oración, su interés aumentó visiblemente.

Adivinando que su reacción me ha intrigado, se apresuró a saciar mi curiosidad. «Cuando era joven, a menudo ayudaba a misa al viejo cura de nuestro pueblo. Un hombre curioso, rudo, tosco, silencioso, al que temíamos un poco, pero al que amábamos y casi venerábamos. La gente evitaba abordarle en la vida diaria, pero le consultaba sin dudar en caso de conflicto grave en su casa parroquial, más desnuda que la celda de un monje.

Pasaba horas enteras en la iglesia, en oración. Un día tenía yo unos catorce años, le dije: “Señor cura, a mí también me gustaría saber rezar”. Debió de ocurrir en su interior algo extraordinario, porque sonrió de una manera que las palabras son incapaces de traducir, él, al que nadie recordaba haber visto sonreír. Más tarde pensé que había esperado toda su vida, que alguien le hiciera esa pregunta. Parecía tan feliz que yo creí que iba a hablarme largamente allí en la sacristía, donde flotaba un vago olor a incienso. Desgraciadamente no puedo transmitir cómo era su mirada, clara, de una pureza intensa, pero al menos citaré textualmente su respuesta, que se resume en unas pocas palabras:

“Cuando te acerques a Dios, piensa, hijo, con toda convicción que él está allí, y dile: ´Señor me pongo a tu disposición´”.

Y de nuevo, con su habitual tono huraño, continuó: “Venga, date prisa en dejar ordenado el roquete”. Comprendí más tarde que su tosquedad era simplemente un signo de pudor. Ese día aprendí a orar. Y ya va para cuarenta años que todos los días hago oración poniéndome “a disposición de Dios”».

No sé para qué intento explicarlo. No se puede comprender con palabras. Es mejor encomendarse al viejo cura, que seguramente ya habrá perdido su brusquedad ahora que ya ha encontrado a Aquel que buscaba, para que te ayude a obtener la gracia de estar a disposición de Dios.

Henri Caffarel.
En presencia de Dios.