Cinco veces, en el texto evangélico de este octavo domingo del tiempo ordinario, sale la palabra “agobiarse”. Me parece que no es anecdótico esta insistencia-invitación a una reflexión monográfica sobre el tema que es de perenne actualidad.

1. El agobio aparece con mil rostros y vestidos diferentes como compañero inseparable en la vida del hombre. “Estoy agobiado y triste”, “estoy cansado de la vida”, “estoy cansado de la vida”, “estoy abrumado por tantas preocupaciones” “he perdido la tranquilidad”, son frases que se escuchan con demasiada frecuencia. Muchos arrastran un corazón vendado, que no conoce la alegría y la paz.

• Y te llaman ingenuo e idealista por no pisar la arena de la verdad, si dices o gritas que vale la pena vivir, que siempre hay razones para no desesperar y convertirse a la alegría. ¿Es miope el que se atreve a predicar la alegría cristiana como remedio salvador para los que andan agobiados por las cosas de aquí abajo?.

2. El corazón de muchos, como un desván en desorden está atestado de cosas ingratas almacenadas desde años, que al irse deteriorando silenciosa e implacablemente, llenan de negra suciedad el interior. Lo que más agobia no es lo que se ve o recibe del exterior, sino lo malo que está dentro de uno y fermenta y se pudre.

• ¿Por qué no enfrentarse con los agobios que son fruto de la envidia que corroe, del miedo al fracaso, del egoísmo que se manifiesta en venganza, de la duda que nos esteriliza, de las lamentaciones del pasado, etc…

3. No están reñidas con el evangelio las preocupaciones justas: las del pan que hay que comprar, el porvenir que hay que preparar, la educación que hay que dar, la justicia y la paz que hay que ganar, los hombres que hay que amar, el mundo que hay que salvar.

La búsqueda del Reino de Dios, es una búsqueda serena y confiada de lo esencial, sin agobios. Sin fe es difícil soportar nada. Con Dios es fácil encontrar sentido a todo.

El creyente está convocado a una gran y múltiple actividad en todos los órdenes, pero sin intranquilidad y agobios paganos que desvíen de la opción por Dios para caer en la del dinero.

Seguramente el mejor comentario posible a las lecturas no es otro que repetir una y mil veces las preciosas palabras de Isaías, en las que Dios confiesa su ternura por cada tu nosotros, ternura de madre, y más aún: «Aunque ella se olvide yo no». De esa experiencia, vivida en plenitud por Jesús sus palabras en el evangelio de hoy. Fragmento precioso o  de poesía, pero no nos lo acabamos de creer. Sí, sí, está bien pero como no te busques el alimento o el vestido, vas listo… Eso de la providencia es bonito, pero…
Las palabras de Jesús nos hablan del «cuidado» que Dios tiene de nosotros, nos dicen que el amor de Dios por nosotros es «cuidado». Cuidado es la delicadeza en el amor, la finura en el  amor. Una madre «cuida» a su hijo/a: su amor es un amor lleno de atención, de detalles. Sí, Dios «cuida» de nosotros. Y eso es  la providencia de Dios: su cuidado de nosotros. Un cuidado de  cada día», que somos invitados a descubrir en la contemplación cotidiana de nuestra vida.
Federico Ma. Sanfelíu, s.j.