Las medias verdades son más peligrosas que las mentiras, porque confunden más y deforman la realidad.

A veces no se miente, pero tampoco se dice la verdad. Se cuentan simplemente aquellos aspectos de verdad que en cada momento y a cada grupo interesan. Y así se ponen en circulación las medias verdades que, en definitiva, son grandes mentiras.

La media verdad es una mentira camuflada. Es una parte de la realidad de los hechos pero no toda la realidad y, no obstante, se presenta cínicamente como una globalidad veraz.

El cinismo de la media verdad envenena muchos temas. Uno se queda sin argumentos al no poder desenmascarar una mentira ni atacar una media verdad, porque, aunque «media», es «verdad». Pero esta media verdad es falaz porque oculta la otra media que no interesa mostrar o que uno pretende negar. El refinado método de la media verdad crea un clima insoportable de mentira, y la ética más elemental se resquebraja.

Solo la Verdad y el Amor pueden cambiar el mundo.

Mahatma Gandhi decía: «Mi más profundo convencimiento es que podemos cambiar el mundo con la verdad y con el amor».

La verdad y el amor, y por este orden, son los dos grandes impulsos para cambiar y renovar el mundo. La verdad es la profunda coherencia de las cosas y el amor es la generosa solidaridad para con los otros, porque todos nos sentimos responsables de todos.

La mentira y el desamor ensombrecen el mundo y lo degradan. Nada válido puede construirse sobre estos dos contravalores.

La verdad y el amor son los dos más firmes pilares donde puede asentarse la sociedad. Sin verdad y amor no hay ética posible y, al fallar la ética, la sociedad se embrutece y dificulta luego el correcto actuar de las personas que la componen.

El firme convencimiento de Gandhi debe estimularnos a ser difusores de verdad y amor con nuestra conducta diaria. Solo quien siembra verdad y amor podrá ayudar a cambiar y a regenerar el mundo. En un mundo salpicado por la mentira y el odio, donde la inseguridad global envenena el aire moral que respiramos, la idea-fuerza de Gandhi constituye una genuina fuente de esperanza.

¿Dónde radica la verdad?

El problema de la verdad consiste en que cada uno piensa poseer la suya y esta, con frecuencia, no coincide con la de los demás.

Consecuentemente, ¿dónde radica la verdad? ¿Existe la verdad última y objetiva?

Sin duda.

La verdad por antonomasia, al menos para los creyentes, radica en Dios. Él es la personalización de la verdad. Él es la verdad misma.

Ahora bien, todos, desde la sinceridad, podemos subrayar diferentes dimensiones de la verdad y estas son complementarias. «Mi verdad» sumada a «la verdad del otro», y siempre desde la sinceridad de ambos, se acerca a la verdad última y objetiva que radica en Dios, que es Dios mismo.

Todos debemos ser constantes y humildes buscadores de la verdad, de una verdad que no es estática sino dinámica y abierta al infinito.

La búsqueda de la verdad, en cooperación con los otros, nos hará libres. En la mentira y el engaño solo hay esclavitud. En la verdad, liberación.

Nadie posee en exclusiva la verdad.

El escritor francés André Maurois ha dicho: «Es una verdad absoluta que la verdad es relativa». Este es un juego de palabras que invita a la reflexión. La única verdad absoluta es Dios. Él personaliza todo el bien y toda la verdad. Las demás verdades son relativas. Ninguna institución, ninguna persona humana posee la verdad en exclusiva. La verdad está diseminada y late por doquier. Nadie posee la verdad absoluta.

La ingeniosa frase de André Maurois es un buen remedio contra el orgullo del fundamentalismo. El fundamentalismo fanático cree que solo existe su verdad y que esta es absoluta. Consecuentemente, adopta una postura intransigente.

Seamos buscadores incansables de la verdad dondequiera que esté y hagámoslo con un talante abierto y tolerante, sabedores de que se halla enormemente repartida y de que solo aquellos que la buscan afanosamente con los demás podrán aproximarse a ella.

Busquemos la verdad en los otros y con los otros, sobre todo, mediante el diálogo. Es la única manera de enriquecernos moralmente y de madurar humanamente.

Y la persona adulta, madura:

– posee una personalidad unificada, es decir, se conoce a sí misma en sus propias limitaciones y cualidades, y procura actuar siempre coherentemente, siguiendo unas opciones básicas que previamente se ha marcado;
– tiene convicciones firmes y vive de ellas, no dejándose llevar por «el qué dirán» ni por la última moda;
– se sabe responsable de la totalidad de sus actos;
– es sociable y solidaria, se siente miembro de diversos núcleos comunitarios, con los deberes y derechos que le son propios;
– es realista: ve y juzga la realidad desde una óptica crítica, no amarga, y actúa en ella con sentido transformador;
– acepta y vive el sano pluralismo; y
– sabe escuchar a los otros y aprender de ellos.

P. Joan Bestard Comas.