Para que se fatiga tratando de encontrar a Dios, como si Él fuese alguien exterior a usted?. Él está en usted, en el corazón de su ser. Presente, vivo, amante, activo. Allí lo llama. Allí lo espera para que usted se una a Él.

Allí está Dios, pero nosotros no. Nuestra existencia va pasando fuera de nosotros mismo, o al menos en la periferia de nuestro ser, en la zona de las sensaciones, las emociones, las imaginaciones, las discusiones…, en los lugares alejados del alma ardiente e inquieta.

Y si acaso nos acordamos de Dios, si deseamos encontrarlo, salimos de nosotros mismos, lo buscamos afuera, cuando Él se encuentra dentro.

Ignoramos los caminos de nuestra alma que nos conducen a la cripta subterránea y luminosa donde reside Dios. O, si le conocemos, nos falta valor: ¿Dirigirse al centro de sí mismo es acaso una empresa tan ardua?

La oración es dejar esos alrededores tumultuosos de nuestro ser, es recoger, juntar todas nuestras facultades y sumergirnos en la noche árida hacia la profundidad de nuestra alma.

Allí, en el umbral del santuario, no queda más que callarse y estar atento. No se trata de alguna sensación espiritual, de alguna experiencia interior, se trata de la fe: creer en la presencia; adorar en silencio a la Trinidad viva; ofrecerse y abrirse a su vida que brota; adherir, comulgar con su acto eterno.

Poco a poco, año tras año, la punta de nuestro ser espiritual afinada por la gracia se volverá más sensible a la “respiración de Dios” en nosotros, a su Espíritu de amor. Poco a poco nos iremos divinizando, y entonces nuestra vida exterior será la manifestación, la epifanía de nuestra vida interior. Ella será santa, porque en el fondo de nuestro ser estaremos estrechamente unidos al Dios Santo; ella será fecunda y ríos de agua viva brotarán de nosotros porque nos habremos lavado en la fuente misma de la vida.

Henri Caffarel.