Continua el Evangelio de San Juan enseñándonos a creer en Jesús como Pan de vida, como Eucaristía que nos hace vivir y vivir como Jesús. Reflexionemos sobre su palabra hoy.

1- Dios no sólo nos ha dado la vida corporal, sino que nos ama tanto, que nos hace participar también de su propia Vida. Nosotros no lo olvidemos somos hijos de Dios y participamos de su Vida. De la Vida de un Dios que es Amor y que vive para siempre.

¿Le sabemos agradecer? ¿Por qué me ha dado la vida a mí y no a otro de los infinitos seres posibles que no vendrán nunca a la existencia? ¿Por qué me ha preferido a mí? ¿Qué hay visto en mí?

2- Pero, como sabemos, toda vida para mantenerse y desarrollarse necesita ser alimentada. Y el alimento de la vida del espíritu nos llega, sobre todo a través de la Eucaristía.

Jesús nos dice en el evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”.

Todo el evangelio de San Juan está centrado en este mensaje: Jesús vino para darnos Vida. No sólo para enseñarnos verdades sobre Dios. No sólo para darnos normas sobre nuestro comportamiento.

Él ha venido para darnos mucho más que todo eso: ha venido para darnos Vida. Y no cualquier vida, sino la Vida eterna de Dios. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan, vivirá para siempre”.

Esto es lo que venimos a buscar cada domingo en la Eucaristía: llenarnos de la Vida de Dios, conectar con Jesús, la Vid a través del cual nos llega la savia vivificante que nos transforma y nos hace capaces de vivir, ya ahora, como personas “resucitadas”.

3- Una persona resucitada es aquella que sabe valorar lo que tiene: la vida, el sol, el mar, la montaña, el amor de pareja, los hijos, la fe … En da gracias a Dios y disfruta a fondo.

Es aquella que, a pesar de las dificultades, vive siempre con la alegría en el corazón y la sonrisa en los labios haciendo amable la convivencia y el rostro de Dios.

Una persona resucitada, es aquella que es sensible a las necesidades de los demás y que sabe amar y compartir, porque sabe que es, de verdad, los brazos, los ojos y el corazón de Jesús en medio de los hombres.

Es aquella que, sintiéndose “sarmiento”, vuelve a empezar cada día sin tener nunca moral de derrota, convencida de que en su interior circula la savia vivificante de Jesús, capaz de hacer germinar nueva vida después de cada “invierno” del espíritu.

Vivir así, como resucitados, no es ninguna utopía: es la salvación que nos ha venido a traer Jesús y que se actualiza cada eucaristía cuando la recibimos con fe: “El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él.” ¿Nos lo creemos esto? Pues, porque no vivimos como un nuevo Jesús, como personas “resucitadas”.

Autor desconocido