Jer 23,1-6 Ef 2,13-18 Mc 6,30-34

1- Jesús, lo acabamos de escuchar en el evangelio, dice a sus discípulos: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Jesús es muy humano y se preocupa por el descanso de los discípulos, porque sabe que necesitan recuperar fuerzas.

Él les había enviado de dos en dos a esparcir la Buena Nueva por aquellos pueblos. Es lo que recordábamos el pasado domingo. Ahora, una vez terminado el trabajo, se vuelven a reencontrar con Jesús y cada uno cuenta lo que ha hecho. Hacen, diríamos en lenguaje actual, una “revisión de vida” con Jesús.

Es un buen ejemplo para nosotros. Hay que saber revisar nuestra vida; de otro modo, no mejoraremos, no progresaremos. Quizás nos lamentaremos, pero volveremos a caer inevitablemente en los mismos errores. Quien no se revisa, vuelve a tropezar de nuevo en las mismas piedras.

Y sería lástima, porque la vida sólo se vive una vez y nosotros necesitamos crecer y progresar, y no quedarnos estancados.

2- Por lo tanto, debemos saber revisar nuestra vida. Pero no con nuestra luz humana- que a menudo lleva tristeza y desaliento- sino con la luz de Jesús, que siempre trae esperanza. No olvidemos, sin embargo, que esta revisión pide tener el espíritu sereno.

No es bueno hacer como algunas personas que pasan de la actividad frenética de trabajo, a un no menos frenético ritmo de vacaciones. Realmente es positivo esto? Los ayuda, de verdad, a “cargar pilas”?

No quiero decir que sea negativo viajar y conocer ambientes nuevos. Al contrario, es muy enriquecedor. Pero hay que saber dosificar las fuerzas y el tiempo de tal manera que nos permita terminar el verano con el corazón sereno y con el espíritu enriquecido. Es decir, habiendo superado el desgaste que hemos ido acumulando a lo largo del año.

Puede ser bueno, sentados en un lugar tranquilo contemplando el paisaje o ayudándonos de algún comentario evangélico en una ermita o donde sea, puede ser bueno ir repasando nuestra vida junto al Jesús.

Para dar gracias por los dones recibidos. Para hablar de todo lo que hacemos, de lo que nos preocupa y de las esperanzas que llevamos en el corazón. Para pedir perdón cuando las cosas no han ido bien del todo. O para pedir luz y coraje cuando estamos a oscuras o sentimos nuestra debilidad. El contacto con Jesús siempre es vitalizante. Cerca de él, aprendemos a amar la vida como un regalo gratuito y maravilloso. Y cuando nos sentimos llenos, mejora también nuestra relación con los demás.

No desaprovechamos las ocasiones que nos ofrece el verano para relacionarnos con el Señor! Entonces experimentaremos la verdad de aquellas palabras que nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura: que Jesús “es nuestra paz”. Lo es de verdad?

3- Pero el verano es también un buen momento hacer fomentar las amistades humanas, porque la amistad siempre enriquece y acerca a las personas.

Hay un dicho popular que hace “Vale más tener amigos, que tener dinero”. Es cierto. En un mundo tan insolidario como el nuestro, es un auténtico regalo de Dios, tener amigos verdaderos de quien te puedes fiar, que sabes que no te fallarán nunca.

No sólo porque me ayudarán si me encuentro en alguna dificultad, sino también porque un amigo es una persona con quien me puedo comunicar con confianza y ante y quien me puedo presentar tal como soy porque sé que no me rechazará.

Todos tenemos necesidad de compartir con alguien nuestras angustias y nuestras alegrías. Porque así, por ley psicológica, las angustias se hacen más soportables y las alegrías tienen un eco más profundo. No es lo mismo guardarlo me todo para mí solo, que poder compartirlo con otro.

No olvidemos que la inseguridad que padecen algunas personas proviene del hecho de no tener a nadie con quien abrirse y confiarse. Es una situación muy triste y dura.

Vale la pena que, en la medida en que dependa de nosotros, potenciamos las relaciones de amistad sinceras. De una manera especial entre marido y mujer y entre padres e hijos. Estas personas deben ser mis mejores amigos, mis mejores confidentes.

Hay que cometen un error grave: se matan trabajando para ganar dinero y conseguir así, creen ellos, todo lo que necesita la familia para ser feliz.

Pero se olvidan de aportar en casa lo que es fundamental para lograrlo: ellos mismos, su presencia, su compañía. Ignoramos que muchas veces, paradójicamente, la mejor manera de aprovechar el tiempo, es “perderlo”, para estar juntos con las personas que queremos. El verano es un buen momento para “recuperar” el tiempo perdido. Nosotros, los creyentes, debemos ser siempre hombres y mujeres portadores de amistad. Como Jesús, que acercaba y hermanaba las personas que trataba. Y precisamente porque Jesús es nuestro modelo y la fuente de la auténtica amistad, debemos saber tener, sobre todo con Él, una comunicación íntima y profunda.

Autor desconocido