Hay muchas fuentes de poder en la sociedad contemporánea que se combinan de diversas formas: el dinero, la educación, la fuerza, las posiciones de autoridad, la salud, la información, la belleza, el talento, la fama, el afecto… Lo interesante es que estas fuentes de poder están al alcance de muchos de nosotros.

Examinemos algunas de estas fuentes:

El poder del dinero es abrir puertas. Es garantizar comodidad, estabilidad, bienestar y la seguridad de todo aquello que se puede pagar. “Cuanto más solvente eres, más privilegios se te ofrecen. Hay tarjetas de crédito que te hacen automáticamente merecedor de privilegios y ventajas.”

También la educación da poder. Más allá de la educación primaria, el tener acceso a la cultura, el tener determinada formación profesional o estudios universitarios… capacita a las personas, y decir que las hace capaces es decir que las hace poderosas.

La salud es algo que no siempre se aprecia en todo su esplendor. Quizás cuando falta –a uno mismo o a los tuyos– entiendes la libertad que da, la capacidad de movimiento que permite y, por contraste, encuentras que carecer de ella limita tu autonomía, tus posibilidades, tu iniciativa. Estar sano es una forma muy real y concreta de ser poderoso.

La información es poder. Cuantos más datos tenemos, tanto más posible es acertar a la hora de interpretar mil situaciones cotidianas en las que nos vemos envueltos. Pensemos en la importancia de la información en ámbitos que van desde lo laboral hasta lo relacional.

En la cultura de la imagen es un lugar común insistir en el valor de la belleza. Se insiste en la situación privilegiada de las personas atractivas en multitud de circunstancias, y es cierto que la persona atractiva, si sabe jugar sus cartas, puede manejar el juego de la seducción, que permite muchas ventajas hoy en día. Muy unido a esto está el poder de la juventud, tan mitificada, envidiada y deseada.

También el talento es fuente de poder. Quizás hoy parece que no triunfan los más capaces, sino los más procaces, los más mediáticos o los que participan en reality shows. Pero en realidad, en lo cotidiano, la habilidad es una herramienta en manos de quien la tiene. Hay quien sabe hablar en público, quien sabe escribir, el intuitivo, el «manitas», el inteligente… Y todo esto da fuerza.

Y dejo para el final de esta enumeración el afecto, porque es una de las fuentes más profundas de poder, aunque lo sea en las distancias cortas. Los sentimientos son poderosos en la vida. Y el afecto o, por decirlo con más contundencia, el amor da poder porque da motivos. Hay que ver las cosas que la gente puede estar dispuesta a hacer, a arriesgar y a poner en juego por aquellos a quienes ama.

El amor es aliciente, es estímulo, es impulso. A esto hay que añadir que las relaciones no siempre son simétricas, sino más bien al contrario: casi siempre son asimétricas. Da igual si hablamos de relaciones de pareja, de amistad, de vínculos familiares…: hay quien pone más, da más, se implica más, y quien, en el otro extremo, pone menos, quiere menos… Pues bien, normalmente, y aunque suene terrible, el que es querido tiene mucho poder. Porque el afecto, a menudo, te implica de tal manera que te hace vulnerable, te hace necesitar al otro, y esto supone darle poder en tu vida.

Eso no es bueno ni malo; es humano. La alternativa –no necesitar a nadie para que nadie tenga poder sobre uno– quizá sea cómoda, pero es también fría. Ahora bien, esa asimetría da mucho poder a quien es querido.

El reto es emplear este poder que nace del amor con especial delicadeza, pues normalmente toca a la gente en su entraña.

Pasaje de
La Pasión en Contemplaciones de Papel
José María Rodríguez Olaizola, sj