Una señora fue al médico y le presentó la lista de todas sus enfermedades. Después de examinarla el médico concluyó que era su actitud negativa ante la vida, la ira, el coraje, el resentimiento… lo que hacía que estuviera enferma.
El médico le mostró una estantería llena de frascos y le dijo: “¿Ve esos frascos? Todos tienen distinta forma pero todos están vacíos.” Yo puedo tomar un frasco y llenarlo con veneno o una medicina. La decisión es mía.
Cada día que estrenamos es como un frasco vacío. Podemos elegir llenarlo con actitudes positivas: amor, servicio a Dios y a los hermanos…o con el veneno del odio, el rencor, la indiferencia, el pesimismo… La elección es siempre nuestra.
Dios nos ha regalado hoy este santo domingo. Los que estamos aquí venimos a llenarlo con la medicina del amor de la fe y de la esperanza. Venimos a llenarlo con la palabra de Dios, la oración y la alabanza. Esta ha sido nuestra elección.

1. Si hemos escuchado la proclamación del Éxodo vemos que Dios llena nuestro frasco con las 10 palabras, los 10 mandamientos. 10 hilos que nos vinculan a Dios y a los hermanos. Y Pablo nos llena de Cristo que es “la fuerza y la sabiduría de Dios”.

La Cuaresma es tiempo de decir no al tentador como lo hizo Jesús. No queremos que sea el tentador el que llene nuestro frasco.
La Cuaresma es tiempo de subir a la montaña y dejarse transformar por el amor de Dios.
La Cuaresma, en este domingo, es tiempo de purificación.

Jesús, según el evangelio de Juan, viajó a Jerusalén y fue al templo como tantos peregrinos en la fiesta de la Pascua. ¿Y qué vio? Algo como unos grandes almacenes en un día de rebajas. “Vendedores de bueyes, ovejas, cambistas…”
Vio el templo convertido en un gran centro comercial. Jesús le llama la “casa de mi Padre, la casa de oración, la casa de la vida nueva, la casa del Reino de Dios”.
Aquel día Jesús eligió la medicina de la purificación. Y devorado por el celo llenó su frasco de valor para limpiar la casa y convertirla en casa de oración.
¿Se imaginan el barullo que se armó? Los jefes del templo llamaron a la policía y ésta rodeó el templo con sus carros y sus tanques. Lo que hizo Jesús aquel día era, en palabras nuestras, como un golpe de estado. En lenguaje bíblico era un gesto profético. La purificación del templo era una lección, una enseñanza sin palabras.
A partir de aquel momento el templo pertenecía al pasado, nacía un templo nuevo.

Con este gesto sorprendente, Jesús quiere enseñarnos tres cosas.
“Este es mi Hijo amado. Escúchenlo”.
Jesús es el rostro encarnado de Dios, es el nuevo templo en el que Dios y su gloria habitan para siempre.

Ya no hay que subir al templo de Jerusalén, sólo hay que acercarse a Jesús para entrar en el nuevo templo y adorar en espíritu y en verdad. Todos los templos quedan abolidos. Sólo en Jesús está plenamente presente Dios. Y todos nosotros somos también templos por la presencia de su Espíritu en nosotros.
“Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días”.

El cuerpo destruido de Jesús es el sacrificio nuevo, último y eterno con el que Dios nos demuestra su amor.
Todos los sacrificios de bueyes, ovejas y palomas quedan también abolidos. La muerte de Jesús es el sacrificio que inaugura la nueva alianza.
No más sacrificios. No más sangre de animales. No más negocios en la casa de Dios.

Sólo la sangre de Jesús. Sólo el templo de su cuerpo. Sólo el sacrificio de Jesús. Sólo la resurrección les hizo caer en la cuenta de que Dios había cancelado la vieja cuenta y empezaba un nuevo balance: el de la vida y el amor.
Cuaresma es tiempo de purificación. Nosotros somos templos del Espíritu, templos de Dios.

¿Hará usted como Jesús un látigo con cuerdas en esta cuaresma?
¿Echará usted, como Jesús, a todos los cambistas y vendedores de su corazón?
¿Hará usted de su corazón una casa de oración o seguirá siendo un lugar de negocios malos y sucios?

La elección es suya. Usted sabe que el corazón es el centro de operaciones de su vida. Si en ese centro está Dios y su Espíritu, usted llenará su frasco de bendiciones, alabanzas y servicio a los hermanos. Y, algún día, como Jesús, sentirá esa santa ira que le hará hacer un látigo para destruir a sus enemigos interiores y exteriores.

P. Félix Jiménez Tutor.