1- Si abrimos cualquier diario, nuestros ojos tropezarán con títulos que nos hablan de conflictos de todo tipo: guerras, asesinatos, manifestaciones violentas, venganzas, robos, rupturas matrimoniales … Y lo mismo ocurre con los telediarios: a menudo nos dan ganas de cerrar el televisor.

Hay que reconocer sinceramente que el panorama no es muy halagador: nuestra sociedad no está sana. Pero, ¿por qué se da esta situación?

Las lecturas de hoy nos ayudan a descubrir la raíz de la mayoría de las enfermedades morales de las personas y de nuestra sociedad. Nos pueden servir para hacer una revisión personal. Digo personal, porque si queremos cambiar el mundo, no nos engañemos, tenemos que empezar cambiando a nosotros mismos.

2- Por ejemplo, Santiago nos ha dicho en la segunda lectura: “Donde hay celos y rivalidades, hay perturbación y maldades de todo tipo”. Y añade: “envidias cosas que no puede conseguir y por eso lucháis y os peleáis”.

¿Nos vemos reflejados, de alguna manera, en estas palabras de Santiago? Las envidias, los celos, las ambiciones, las rivalidades, pueden hacer mucho daño. Rompen los grupos humanos, incluso las mismas familias, y hacen imposible la paz.

Tener, en cambio, un corazón sencillo, capaz de valorar y saborear los pequeños gozos de la vida, lo que el Señor nos ha dado -que es mucho! – un corazón agradecido capaz de vivir cada día como un don de Dios, esto, llena de serenidad y de paz y lo hace extensivo a aquellos que nos rodean.

¿Por qué nos empeñamos en tener “mala calidad” de vida, cuando el Señor nos da la posibilidad de tenerla “buena”? ¿Por qué no ponemos más la confianza en el Señor, que en las cosas humanas?

Es triste que muchas personas sigan peleándose por acumular dinero para que los consideran la principal fuente de felicidad. Pero esto es falso. Como mucho pueden aportar bienestar, pero no felicidad que es algo más profundo que radica en el corazón. Un corazón vacío, no puede ser feliz. Y el corazón sólo se llena cuando ama y se siente amado.

3- También Jesús, en el evangelio, denuncia otra causa de roces y de roturas, sobre todo entre amigos y compañeros de trabajo: el deseo de ocupar los primeros lugares y tener los cargos más remunerados, de más lucimiento que permiten más protagonismo.

Contra todas estas tentaciones tan humanas y tan cotidianas, Jesús nos dice: “Si alguno quiere ser el primero, debe ser el último y el servidor de todos”.

Todos aspiramos a crecer, a progresar, a ir adelante, a desarrollarnos. Es una aspiración muy humana, e iba a decir muy cristiana, que Jesús no critica. Pero sí nos indica cuál es el auténtico camino para alcanzar este crecimiento.

No se llega cometiendo injusticias, pisando a los demás, aprovechándose de ellos. Esta actitud no hace crecer la persona sino al contrario, lo empequeñece. Y es una actitud que duele porque genera desunión, enemistades y resentimientos. Actuando así en vez de sentirnos hermanos nos sentimos enemigos.

El creyente, si lo quiere ser de verdad, debe distinguirse por su actitud de servicio. Debe querer crecer y progresar, sin duda, pero sin cerrarse, sino haciéndose disponible a los demás, siempre dispuesto a echar una mano a quien lo necesita. No se trata de esperar ocasiones heroicas, que quizás para muchos no llegarán nunca. Sino que tener una actitud de servicio en las mil pequeñas cosas de cada día: en casa, en el trabajo, yendo por la calle, conduciendo el coche, en el barrio, en la universidad …

Sería bueno que hoy revisáramos con sinceridad como estamos de actitud de servicio, porque es el fundamento de la solidaridad y de la paz en cualquier ambiente.

¿Cómo consideramos a las personas que nos rodean? ¿Como hermanos con quien podemos colaborar para construir un mundo mejor? ¿Como rivales a los que hay que superar y, si hace falta, pisar? En el primer caso estaremos construyendo el Reino de Dios. En el otro caso, la estaremos destruyendo.

4- Y una última reflexión importante. En la eucaristía de cada domingo, el Señor nos dice palabras de vida, sobre todo a través del evangelio. Ser discípulos de Jesús es, por encima de todo, ser fieles a estos evangelio, a esta Palabra de Jesús.

Pero no olvidemos que la mayor fidelidad al Evangelio no se obtiene escuchándolo, sino poniendo en práctica, recreándose con la propia vida.

Para mí, el evangelio más importante debe ser el quinto. Sí, el quinto, es decir, aquel que escribo cada día con mi propia vida, teniendo los otros cuatro evangelios como punto de referencia en mi pensamiento y en mi corazón.

Ser cristiano es estar atento a las inspiraciones del Espíritu de Jesús y saber “recrear” el evangelio. Saber “escribir” con la vida de cada día, mi evangelio, que me convertirá en un nuevo Jesús. Porque entonces yo seré también “Palabra de Dios encarnada” todos los días de mi vida. De verdad, mi vida, es una Buena Nueva que esparce la bondad de Dios en todas partes? ¿Por qué? Reflexionemos.

Autor desconocido