El corazón late unos 3.000.000.000 de veces a lo largo de nuestra vida. Es fiel. Si no fuera fiel, moriríamos. Podríamos decir que se trata de un músculo fiel a la vida, terco a bombear 7.000 litros diarios de sangre por las venas, arterias y capilares. Cuando decimos que alguien es terco, obstinado, a menudo lo consideramos una calidad negativa. Pero si le añadimos algún complemento, la cosa cambia: un activista obstinado en denunciar la injusticia, un enfermo terco para vivir … etc. Podría parecerse a la fidelidad del corazón?

Esta fidelidad no está muy de moda: incluso las decisiones más importantes solemos tomarlas sin demasiada preocupación por cuánto tiempo seremos capaces de mantenerlas. Y si llega el “mal tiempo”, en lugar de resistir y afrontar maneras de transformar la realidad, se ha popularizado el simple plegar velas y cambiar de lugar: en voluntariados, parejas, opciones políticas … Parece como si la decisión la tomara un sentimiento (pasajero: ahora me gusta, me viene bien) en lugar de una convicción fundamental y profunda.

Esta tarde te presento, Dios nuestro, las propias pequeñas y grandes decisiones, a menudo frágiles. Que pueda decidir con fidelidad hacia ti, más que hacia el vaivén de mis sentimientos. Que mi corazón lata obstinado en tu voluntad.

PREGARIA.