El discípulo fue a visitar al maestro en el lecho de muerte.

– “Déjame en herencia un poco de tu sabiduría”, le pidió.

El sabio abrió la boca y pidió al joven que se la mirara por dentro

– “¿Tengo lengua?”

– “Seguro”, respondió el discípulo.

– “¿Y los dientes, tengo aún dientes?”

– “No”, replicó el discípulo. “No veo los dientes.”

– “¿Y sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es flexible. Los dientes, en cambio, se caen antes porque son duros e inflexibles. Así que acabas de aprender lo único que vale la pena aprender.”

C/ Federico Ma. Sanfelíu, s.j.