Un gran Médico ha venido hasta nosotros porque los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. ¿Quién puede creer que está sano?

El Señor ha venido porque sabía de nuestra situación real.
No ha venido para enseñarnos una moral, o unos compromisos y opciones por la justicia y la solidaridad; no ha venido para darnos un ejemplo ético… sino que ha venido porque necesitábamos una salvación que nadie podía lograr por sí mismo.
No era una doctrina para unos pocos, ni un mensaje universal de fraternidad, ni un símbolo de trascendencia: era la Salud, la salvación, la redención, lo que Cristo venía a donar a la humanidad.

Sus milagros y curaciones eran signos de ese “más”, de esa salvación que es una necesidad primordial.
“Curando todas las enfermedades y sufrimientos, se revela a sí mismo con los hechos, de tal manera que los judíos pudieran contemplar como presente por sus obras a aquel acerca de quien estaban acostumbrados a leer en los libros de los profetas” (S. Hilario de Poitiers, Com. Ev. San Mateo, 3,6).

Estas curaciones son un signo de su divinidad:
“es visitada [la humanidad] con el contacto de su cuerpo, es curada por el poder del Verbo” (Id., 7,2).
El lenguaje secularizado no llega a expresar el valor y el contenido de las curaciones y milagros, presentándolas como signos y símbolos de la liberación de estructuras, o del compromiso liberador con los pobres. Pero una lectura sin esas lentes que deforman, sin esa aplicación ideológica previa al Evangelio, descubre con normalidad el valor que Cristo les da a esas curaciones como signos y anuncios de la Redención.

“Ponemos en relación esta curación indiscriminada, en la hora vespertina [Mt 8,16: curó a muchos enfermos…], con el concurso de aquellos a quienes enseñó después de su pasión, cuando perdonó los pecados de todos, curó las enfermedades de todos, expulsó las malas inclinaciones de las pasiones que están en nosotros, y tomó sobre sí en la pasión de su cuerpo, según las palabras de los profetas, todas las dolencias de la debilidad humana” (Id., 7,7).

Federico Ma. Sanfelíu, s.j.