San Juan 6, 60-69
Todos nosotros somos creyentes, evidentemente, de lo contrario no estaríamos aquí. Pero nuestra fe sigue un proceso: nos ha hecho falta recorrer todo un camino para llegar a ser lo que somos.
1. Nosotros, casi todos, recibimos la fe a través de nuestros padres. Y, mientras somos pequeños o muy jóvenes, no sabemos demasiado de qué va la cosa.
Pero, una vez ya mayores, llega un momento en que comprendemos mejor que significa creer en Jesús. Nos damos cuenta de que seguir el Evangelio no es un juego de niños, sino que es una formidable aventura que pide un compromiso serio. Y, entonces, hay que hacer una opción: es la hora de decidirse.
Es, sin duda, un momento clave en nuestra vida de creyentes. Es el momento de decidir de verdad, si acepto conscientemente de seguir a Jesús o si me aparto. Esta es la grandeza y la responsabilidad de ser libres: yo puedo rechazar a Jesús, puedo decir no a Dios. Y Él no me forzará nunca. Porque Él no quiere esclavos, sino seguidores libres.
2. El evangelio de hoy nos presenta uno de esos momentos clave para la vida de muchos de los que seguían a Jesús. Él les ha hablado con mucha claridad qué significa ser discípulo suyo. Y la decisión de la mayoría es abandonarlo.
Y fijémonos que ahora no se trata de los fariseos o escribas que ya eran contrarios a Jesús, sino de la gente que había sido atraída por Él: que lo admiraban y lo seguían. Son estos los que ahora entran en crisis y lo abandonan.
A veces, pensamos que el abandono de las prácticas religiosas e, incluso de la misma fe, es un fenómeno moderno. Pero el evangelio de hoy nos hace ver que esto se ha dado desde los primeros tiempos del cristianismo. Jesús es el primero que fracasó.
Es también el problema de muchos padres creyentes de hoy en día. Han hecho todo lo posible para transmitir, de palabra y con el ejemplo, la fe a sus hijos.
Y resulta que cuando estos tienen edad para decidirse, no quieren seguir la herencia que les han dejado y abandonan la fe. Esto, evidentemente, es un motivo de tristeza y sufrimiento para estos padres.
3. También lo fue para Jesús, tal como hemos visto en el relato evangélico. Pero necesitamos aprender de Él. Jesús, no abandonó la partida sino que siguió siendo fiel al Padre hasta que consiguió su objetivo: la salvación de todos los hombres y mujeres.
También los padres que se encuentran en esta situación, deben continuar siendo fieles al Señor: rezar y dar ejemplo a los hijos viviendo con coherencia su fe.
El resto ya lo hará el Señor en el momento oportuno. Y pueden estar seguros, estos padres, que ninguna de sus lágrimas y oraciones se perderá. Ni una.
4. El evangelio también nos hace ver que no todos abandonaron a Jesús. Él hace una pregunta a sus discípulos y también me la hace a mí: “ustedes también quieren marcharse?”
Preguntémonos muy sinceramente si podemos dar la misma respuesta que dio Pedro: “Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído”.
Es un acto de confianza en Jesús. Es creer que lo que ha encontrado en Jesús, no lo encontrará en nadie más. Es creer que Él no nos fallará nunca. Los hombres sí que a menudo fallan: pero Jesús, no. Él es aquel que nunca falla.
Preguntémonos si creemos de verdad que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Ante nosotros se nos ofrecen muchos caminos: algunos engañosos, que no llevan a la vida, sino a la muerte.
Jesús no fuerza nunca nuestra libertad, pero nos ofrece su camino. Un camino que nos impulsa a amar, a sentirnos todos hermanos, a trabajar para mejorar nuestro entorno, a hacer una humanidad de testigos de Jesús.
¿Qué respuesta le doy?
Yo he de querer seguir a Jesús, no porque siempre lo he hecho así o porque es la tradición de mi familia.
Yo quiero seguirlo por opción personal.
Y, precisamente por eso, porque es una opción libre, dará sentido a toda mi vida y será semilla de vida eterna. Para mí y para todos los que me rodean.
José Antonio Pagola.