MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
JUEVES SANTO Juan 13, 1-15
Esta es la mesa donde la iglesia comienza.
Hoy el Señor comparte con nosotros el pan de la Alianza.
Pone en nuestras manos la señal de la Pascua.
Nuestros corazones se asombran y quieren mejor entender, pero es la palabra quien habla.
Jesús nos pregunta: ¿Cómo mediréis el amor que os doy?
Esta mesa, este altar, donde la iglesia comienza y es alimentada es el eslabón que une lo que Jesús hizo y lo que nosotros hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía.
Hermanos, sí, queremos ver a Jesús, queremos escucharle, queremos que esté cerca de nosotros y sentir su presencia.Si Jesús, nuestro Señor y Maestro, estuviera aquí, decimos, las cosas serían muy distintas y nosotros seríamos también muy distintos. Pero no está aquí, está ausente. Esta es la razón por la que las cosas y las personas son como son.
Hay muchas maneras de estar presente sin estar presente en persona.
La Eucaristía es el sacramento de la presencia del Señor en su ausencia. El pan que el Señor comparte con nosotros es el signo de su presencia. El pan que compartimos con los hermanos es el sacramento de su presencia. Este tipo de presencia a muchos se les antoja soso y poco elocuente y por esa razón la Eucaristía no les interesa y no la frecuentan.
Esta es “la tradición que nosotros, los católicos, nosotros, los discípulos hemos recibido del Señor”. Y Jesús nos dice: “Haced esto en memoria mía”. Una tradición todavía viva, que tenemos que guardar y entregar a otros y que tenemos que amar.
Los primeros cristianos solían decir: “No podemos vivir sin celebrar el Día del Señor, sin celebrar la Eucaristía”. La Eucaristía es el corazón de la iglesia y de la fe y se remonta a la mesa de la amistad del mismo Jesús.
Esta reunión, esta comunidad no tiene sentido, es aburrida y vacía, si se celebra sin fe y sin compromiso. A Jesús sólo se le ve con los ojos de la fe. Sólo está presente en los corazones de los creyentes. Sólo se revela a los que alimentan su fe en su mesa.
En la Última Cena Jesús hizo un gesto profético. El Lavatorio de los pies es una revelación. Conocemos a Jesús no tanto por lo que dijo sino por lo que hizo. Y esta noche, sin decir una palabra, Jesús nos ofrece su mejor discurso.
El Lavatorio de los pies significa:
Humildad: todos hijos de Dios, todos tratados como tales.
Obediencia: Dios quiere que Jesús sea para los demás.
Servicio: Vine a servir, no a ser servido.
Hermandad: Vosotros sois hermanos.
Compromiso: Lucha por la justicia y la paz.
Acción: Haced algo tangible para demostrar el amor.
Qué difícil es entender el mandamiento de Jesús y sus gestos y qué difícil es ponerlos en práctica.
Vivimos en la jungla donde sobreviven los más fuertes y Jesús lavó los pies para decirnos que los más fuertes deben cuidar y amar a los más necesitados.
El primer efecto de cada eucaristía que celebramos debería ser el de la hermandad. Y nuestra hermandad debería ser una oración y un grito de alegría, de amor y de servicio por la paz y la justicia.
Haced esto en memoria mía. La Eucaristía dominical es nuestra maravillosa rutina, rutina de amor. Hoy, invitados todos a sacudirnos la rutina porque en el amor no puede haber rutina. Hoy, invitados a pedirle a nuestro querido Dios que nos dé la gracia de acogerle y recibirle como si fuera nuestra Primera Comunión, nuestra última Comunión, mi única Comunión.
El alimento que nos da el Señor es un alimento peligroso. Es alimento para el servicio, alimento para derramarse en el día a día, alimento de muerte y de resurrección.
Haced lo mismo. No es un consejito piadoso. Es un mandamiento.
P. Félix Jiménez Tutor.