Una mamá con dos niñas muy pequeñas de la mano esperaba el cambio de luz en el semáforo. Parecían gemelas igualitas en estatura, en pelo, en los vestidos. Blusas de manga corta acabada en encaje blanco. Hacía frío y se levantó un viento algo desagradable. Yo noté el escalofrío ascendente por mis brazos al aire. Al mismo tiempo oí el siguiente diálogo entre la madre y las gemelas:

– ¿Tienen frío?

– …

– Se les ha preguntado. Pueden responder.

– Sí, podemos pero no queremos.

Me quedé con el diálogo. “Podemos pero no queremos.” Toda una declaración de independencia. Y a bien temprana edad. Iban obedientes de mano de su madre. Pero el lenguaje suelto denotaba ya un temple personal. Preferían no hablar aunque tuviesen frío. Algo había pasado entre ellas y su madre aquella mañana. Y además habían hablado al unísono. Toda una conspiración contra el estado.

Aunque su madre también se lo puso fácil. Frase impersonal, “Se les ha preguntado”, en vez de construcción directa, “Les he preguntado.” Pierde fuerza la forma intransitiva. Y luego verbo facultativo, “Pueden responder”, en lugar de legítima urgencia, “Hagan el favor de contestar.” Todo el diálogo, tanto de parte de la mamá como de las niñas, respiraba tensión contenida. Si tan de pequeñas empiezan las tensiones en casa, ¿qué no les sucederá de mayores? El lenguaje declara las actitudes y las refuerza. Llevan buena gramática las pequeñas.

Para colmo, yo estaba seguro de que las niñas tenían frío. Como yo lo tenía. Pero se lo aguantaron antes que entablar diálogo amistoso con su madre y dejarse abrigar. Y la madre, que sin duda también sentía el viento, les dejó que tuvieran frío. Pleno estado de guerra doméstica.

El semáforo cambió a verde, y todos avanzamos. Las perdí de vista.

P. Carlos G. Vallés, s.j.