A veces damos la impresión de que pasamos la vida sumidos en perpetua siesta, ocupados en nuestras pequeñas cosas, ajenos a la ventana que da a la calle, donde se cuecen los problemas, y con reparo de entrar en nuestro interior por miedo a enfrentarnos con la terca realidad. En definitiva, estamos dormidos.
1. Hoy comenzamos el año litúrgico con el apremio de Jesús: “¡Estén alerta!”… Si nos aplicamos a profundizar en la entraña de esta expresión, comprobaremos enseguida que “estar alerta” sobrepasa la condición de estar simplemente despiertos: añade un plus de intensidad al simple hecho de abrir los ojos y mirar lo que alcanza nuestra vista.
El niño, cuando ha cumplido ya con su dosis de sueño, abre los ojos. Se ha despertado. Sin más. Contempla flemáticamente el techo o lo que esté al alcance de su visualidad y se queda tan tranquilo… Pero también puede suceder que la criatura se impaciente, gire la cabeza de un lado para otro, poniendo su atención y su interés en localizar a su madre. El niño está alerta de lo único que desea: ver a su madre.
2. A nosotros la fe nos exige que estemos alerta con respecto a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
Hay dos personas que pusieron en práctica esta encomienda durante toda su vida: Jesús y su madre María. Toda la predicación y la vida del nazareno se condensaron en sus dos actividades primordiales: permanecer en constante comunicación con el Padre y estar pendiente del prójimo, de sus necesidades, de sus pobrezas. Y María, su madre, desde aquel primer SÍ de disponibilidad que manifestó al ángel mensajero, toda su existencia la empleó en relacionarse con el Padre a través de la oración y en estar alerta ante las necesidades y angustias del prójimo: “Hijo, no tienen vino”.
3. Nuestra actitud de alerta con respecto a Dios debe fundamentarse en estar en contacto con el Padre, tatuando en nuestro corazón la plegaria que nos compuso el mismo Jesús, y estando pendientes, alerta, de cualquier necesidad o urgencia que reclame nuestra ayuda, ya que, según el Maestro, el prójimo es fotocopia perfecta de Dios…
Y, por último, también hemos de prestar atención con respecto a nosotros mismos, a nuestro interior más profundo. Precisamos realizarnos un chequeo para ver cómo andamos de pulsaciones, de calorías, de energía. Mucho me temo que deberemos abonar nuestro espíritu para que sea tierra fértil.
4. Ahora, en este tiempo de Adviento, hemos de estar alerta para recibir al Dios-Niño, al Dios-con-nosotros, que vendrá pregonando la paz, la justicia, el amor. Tendremos que sacar el traje nuevo que tenemos guardado en el armario y adornar con esmero nuestro corazón.
Jesús nos traerá la paz, pero a la vez nos quiere pacificadores; proclamará justicia, pero desea que seamos justos, honrados y denunciadores proféticos de todas las injusticias que encontremos en nuestro camino; y predicará el amor, pero sólo le comprenderemos cuando, con un celo minucioso, barramos nuestro interior de todo atisbo de rencor, resentimiento y pequeñeces absurdas, y nos empleemos decididamente en amar.Y de una manera especial, nos insta a que estemos siempre pendientes del prójimo, fotocopia perfecta de Jesús, con una dosis fuerte de alerta, que abramos la ventana que da a la calle para detectar sus problemas, y que giremos la cabeza a un lado y a otro por si podemos serle útil, con la misma impaciencia con la que el niño de la introducción a estas líneas buscaba a su madre.
Autor desconocido