Mel Gibson puso en imágenes sangrientas la Pasión de Jesús. Y en la oscuridad del cine y en nuestra butaca unos lloraron, otros sufrieron, otros fueron a confesar sus pecados y todos salimos mudos y estremecidos…
¿Una película, un recuerdo de un día, una conversación y hasta la próxima?
Los evangelios, Palabra de Dios, pusieron por escrito la Pasión de Jesús y este relato del Viernes Santo se proclama año tras año por todo el mundo. Y este relato es el corazón de nuestra fe.
Nosotros lo hemos proclamado en este Viernes Santo.
Nosotros, hoy, no hemos llorado pero sí hemos sentido el dolor de Jesús y sí hemos aprendido que su amor por cada uno de nosotros no tiene límites.
El amor de Jesús es verdadero y la cruz, a la que hoy dirigimos nuestra mirada, es la prueba del amor grande de Dios.
Bienvenidos hermanos y hermanas a la celebración del Viernes Santo, celebración de la cruz, de la cara oculta de la vida de Jesús, de la cara oculta de nuestra propia vida: el sufrimiento, la guerra, la impotencia, la muerte.
Un gesto de nuestra comunidad que siempre me impresiona con fuerza es la presencia de hombres, mujeres, niños y jóvenes que acuden a los velorios.
Todos, familiares, amigos y conocidos sienten la necesidad de decir adiós, decir una palabra, una oración ante la cara oculta de nuestro destino: la muerte.
Las funerarias se convierten en lugares de abrazos y lágrimas, de encuentros y despedidas, de oración y de vida nueva.
Hoy, Viernes Santo, nuestra iglesia es la funeraria donde velamos al mejor de los hombres, al mejor de los hermanos, a nuestro salvador, a Jesús, muerto por nuestros pecados, clavado en la cruz con cuatro clavos.
El primer clavo es el clavo de la traición.
“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”
Con un beso caliente se enciende el amor y con un beso frío se consuma la traición.
Judas, compañero de Jesús, desilusionado por la falta de ambición política de su maestro, desilusionado por la predicación de un reino de amor para todos, de perdón para todos y sin fronteras geográficas de su maestro, Judas, desilusionado por este maestro que sólo habla de Dios, decide poner fin a esta aventura con la traición. Y con una suma de dinero.
Un beso y 30 monedas de plata es el precio del primer clavo de Jesús.
¡Cómo quema el beso de la traición!
¡Cómo quema el dinero de la traición, del egoísmo, de los negocios sucios, del placer barato!.
Ese primer clavo traspasó la mano izquierda del maestro, del amigo, del hermano.
Esta noche, hermanos, en este velorio de Jesús, todos nos vemos retratados en el rostro de Judas. Usted y yo hemos traicionado al maestro con muchos besos fríos, con muchas monedas falsas, con muchas oraciones interesadas, con comuniones sacrílegas, con muchos hermanos despreciados, con muchas promesas rotas, con muchos placeres baratos.
Esta noche, estamos aquí, no como el Judas traidor y desilusionado sino como Pedro que miró al maestro, después de sus tres negaciones, y lloró amargamente su pecado.
Esta noche, estamos aquí para mirar con amor a nuestro maestro y llorar nuestras traiciones y pedir perdón por el clavo de todas las traiciones que los hombres hacen al mejor amigo, al mejor hermano, a nuestro Salvador.
Estamos aquí y estuvimos allí, en el huerto de los olivos, traicionando a Jesús con el beso de nuestros muchos pecados. En cada corazón se esconde un Judas ambicioso y traidor. Yo estuve allí. Perdón, Señor.
El segundo clavo es el clavo de la violencia.
“Adivina. ¿Quién te ha pegado?”
Al clavo de la traición del amigo se suma el clavo de la violencia del poder, del ejército, de los soldados. Estos no conocen a Jesús, no hablan su lengua, no son de su raza ni de su religión.
Y en aquel precinto del Gobernador Pilatos lo maltratan, golpean, escupen y montan un show vulgar y cruel. Jesús es un hombre cualquiera, que sufre la violencia del poder que le pone un clavo en su mano derecha.
Esta noche de Viernes Santo, todos nos vemos retratados en el rostro de Jesús y de los soldados.
Sufrimos la violencia del poder porque no hablamos su lengua, no somos de su raza ni de su religión. Y oramos y perdonamos como nuestro maestro. Pero también somos como los soldados que vivimos en una comunidad violenta. Hay muertos en nuestros conjuntos y en nuestras calles y hay violencia en nuestros hogares, donde tantas mujeres padecen y mueren.
Esta noche estamos aquí para pedir perdón por el clavo de toda la violencia que hacemos al mejor amigo, al mejor hermano, a nuestro Salvador y por la violencia que ejercemos a nuestros semejantes.
Estamos aquí y estuvimos también allí. Nosotros también azotamos a Jesús atado a la columna. La violencia de ayer y la de hoy contra el hombre Jesús y contra todos los hombres es un clavo que sigue rompiendo el corazón de Dios.
Érase un hombre que tuvo un sueño en el que veía a Jesús atado a la columna y veía a un soldado azotando al Señor con todas sus fuerzas y gran crueldad. Y veía que con cada latigazo brotaba sangre del cuerpo de Jesús.
Llegó un momento en que el hombre que soñaba no pudo aguantar más el espectáculo y corrió hacia el soldado para quitarle el látigo. En ese momento, el soldado se giró hacia él y el hombre que soñaba vio que el soldado que azotaba a Jesús era él mismo.
El tercer clavo es el de la indecisión.
“Pilatos tomó agua y se lavó las manos diciendo: inocente soy de la sangre de este justo”.
La indecisión es cobardía, miedo a perder el trabajo, a perder prestigio, a jugarse la vida. La indecisión es lavarse las manos, es no asumir responsabilidades.
Pilatos con su indecisión puso el tercer clavo en el pie izquierdo de Jesús.
En esta noche, aquí estamos nosotros indecisos y diciendo somos inocentes de la sangre de este hombre.
¿Está indeciso? Tal vez se pregunte:
¿Será este hombre crucificado el Señor, el Salvador?
¿Será este hombre crucificado el hombre nuevo?
¿Será este hombre crucificado el hombre que me ama a pesar de mis pecados?
¿Será este hombre crucificado el hombre que espera mi decisión?
No se lave las manos como si nada hubiera pasado. No deje la decisión para mañana. Este hombre crucificado es su Salvador.
Su sangre derramada es para usted.
Mientras siga indeciso seguirá teniendo en sus manos el tercer clavo que sigue hiriendo a su Jesús.
Estamos aquí y también estábamos allí. Es el miedo a confesarnos cristianos.
El cuarto clavo es el del desprecio y la burla.
“A otros ha salvado. Que se salve a sí mismo”.
¡Qué clavo más amargo!
El hombre que pasó su vida haciendo el bien a todos, predicando el amor y el perdón a todos, es el hombre más despreciado y más abandonado en la hora de la muerte.
Siente incluso el misterioso abandono de Dios.
Despreciado, ridiculizado, abandonado, Jesús muere por usted, por mi, por nosotros todos.
Aquí estamos nosotros, viviendo el Viernes Santo de Jesús y el nuestro.
Nuestro Viernes Santo, nuestra cruz, es nuestra vida rota, nuestra familia en caos, nuestros jóvenes desorientados, nuestras calles ofreciendo drogas suicidas, nuestra fe en crisis.
Nuestro Viernes Santo es sanado y redimido por el de Jesús.
Nosotros estamos aquí para decir: Sí a otros ha salvado y a nosotros también.
A otros ha salvado y nosotros, lavados en su sangre, hemos empezado esta noche a vivir la única salvación que de verdad importa, la salvación a través de la cruz de Jesús. Y mañana, mañana, vibraremos con el grito de la victoria sobre la muerte: la resurrección y la gloria.
P. Félix Jiménez Tutor.