En un templo en medio de las junglas más profundas de la India, vivían cuatro monjes jóvenes y su anciano y sabio maestro. Los primeros, se pusieron a discutir un día sobre cómo era Dios. Cada uno tenía su propia versión, mientras uno decía que era “bueno”, el otro decía que era “severo” o “justo” o “paciente”, menos su maestro quien permanecía en silencio. Cansado de la discusión y viendo la oportunidad de enseñarles algo a sus alumnos, el maestro les pidió que dejaran de discutir y les dijo que a la mañana siguiente les demostraría que todos ellos estaban en lo cierto pero también equivocados.
Cuando salió el sol y todos se reunieron para seguir la discusión su maestro la paró antes de que tuviera lugar. A continuación, les puso una venda en los ojos y abrió una puerta a un cuarto diciéndoles:
– Quiero que entréis ahí dentro y me expliquéis que hay sin poder ver nada. Cada uno tendrá su sitio y no se podrá mover de él.
Los cuatro monjes jóvenes entraron intrigados. Tras diez minutos salieron y contaron que pensaban que había dentro de la habitación a través del tacto:
– Ahí dentro hay una serpiente, he sido un afortunado porque cuando me he dado cuenta he apartado la mano y se me ha acercado a la cara pero no me ha mordido. Todavía tengo la piel de gallina – dijo el primero.
– ¿Estás loco? Lo que había ahí dentro era un enorme barco, he podido tocar con mi mano sus velas con toda seguridad – le respondió el segundo.
– No sé que deciros, según he podido percibir lo único que había era una pared rugosa que debía ser de la habitación. Así que no había nada de nada – les espetó el tercero con desconfianza.
– Estáis todos muy equivocados, ahí dentro hay un gran árbol. Su tronco es ancho y húmedo por abajo, donde está plantado, tiene raíces y todo. ¿Verdad maestro? – preguntó el cuarto.
El maestro sonreía mientras se quitaban las vendas. Cuando los hizo pasar a la habitación sus alumnos no se lo podían creer. ¡Ahí había un enorme elefante! La serpiente era la trompa, las velas del barco eran las orejas, la pared era la tripa y el tronco del árbol una pata. En medio del asombro el anciano maestro les explicó:
– Alumnos míos, cada uno habéis podido observar al elefante desde un punto de vista. Si hubierais escuchado a vuestros compañeros en vez de creer que cada uno de vosotros tenía toda la razón quizás lo hubierais adivinado. Cada uno tiene su verdad, pero mejor que pelearos por quien tiene más, es más fácil hablar y conocerla todos juntos desde todas sus partes.
De un cuento Sufí.