Mc 7, 31-37
1- El Evangelio nos habla de un sordo que apenas podía hablar. Es triste ser sordo. Una persona que no oye, vive más aislada aún que un ciego. Tiene muy poca comunicación con las personas que le rodean. Está muy desconectada de aquellos que le rodean. No sabe de qué hablan.
En la Escritura, la sordera siempre simboliza la dureza de corazón ante las llamadas y la gracia de Dios. Por ello conviene recordar que ha habido un momento de nuestra vida en el que cada uno de nosotros ha mantenido el oído abierta a la llamada de Dios. Si no hubiera sido así, nosotros hoy no seríamos cristianos.
Nos podríamos preguntar, si nos mantenemos abiertos a las llamadas que Dios nos va haciendo o si, con el tiempo, nos hemos ido cerrando. Si fuera esto último, me iría empobreciendo espiritualmente. Me quedaría raquítico. Sería una lástima porque significaría que estoy yendo hacia atrás en mi vida. ¿Me estoy abriendo o me estoy cerrando?
2- Fijémonos en una cosa: los milagros, en el evangelio, siempre tienen un sentido simbólico que va más allá de la simple materialidad del hecho que se narra. Son “signos”, que demuestran que Jesús es el Salvador anunciado por los Profetas.
Con esta curación del sordomudo, se nos quiere indicar que Jesús es Aquel que viene a destapar nuestro oído interno y hacernos así capaces de abrirnos a la verdad de Dios.
Tenemos necesidad de ello. Porque todos corremos el peligro de encerrarnos en nosotros mismos y orientar nuestra vida de acuerdo con nuestra propia luz, que es muy débil, y de acuerdo con nuestros propios criterios que son muy cortos, muy egoístas.
Hay momentos de gracia, sobre todo durante la eucaristía, en que nos esforzamos para ponernos en contacto con Jesús, para que abra nuestros oídos interiores y haga que su verdad nos penetre a fondo y transforme nuestros corazones.
¿Nos esforzamos para hacerlo?
3- Otra cosa importante que nos dice el evangelio de hoy, es que aquel hombre, una vez curado, comienza a hablar “perfectamente”, para que entendamos que cuando una persona se abre a la verdad de Jesús, mejora de manera radical su manera de comunicarse con los demás. Sus palabras ya no serán portadoras de tristeza, ni de desunión o de oscuridad o de rencor, sino portadoras de amistad, de alegría, de paz, de luz …
A veces se suele decir: “Las palabras se las lleva el viento “. Pero esto no es del todo cierto. Nuestras palabras penetran en el corazón de aquellos que escuchan y, allí dentro, son semilla de sentimientos. Que pueden ser buenos o malos, positivos o negativos. Es decir, que pueden salvar o pueden hundir la persona.
¿Qué siembro en el corazón de aquellos que me escuchan?
4- Finalmente, la curación del sordomudo es también signo de otra realidad que nos toca muy de cerca: nos hace ver que entre nosotros hay poco diálogo. Al menos diálogo auténtico. Jesús quiere, y él lo hace posible, que las personas seamos capaces de comunicarnos con sinceridad y cordialidad.
Cada persona es un misterio que esconde en su corazón unas riquezas inmensas que Dios mismo ha puesto. ¡Cuántas riquezas quedan enterradas y se pierden por una deficiente comunicación entre las personas! ¡Qué pérdida más grande!
Jesús quiere que haya un auténtico diálogo, especialmente a nivel familiar: entre marido y mujer y entre padres e hijos. Ya que la comunicación sincera y amable enriquece, acerca a las personas y fomenta la unión y la estima. Y esto es hacer realidad entre nosotros la salvación de Jesús.
Si tenemos poca comunicación, es quizás porque nos falta el diálogo esencial: lo que debe haber entre Dios y nosotros. Es decir, porque rogamos poco. Y, sin oración, nuestra comunicación es pobre. No enriquece a los demás porque estamos vacíos por dentro. E, incluso, puede llegar a hacer daño.
5- El evangelio termina con aquellas palabras tan significativas que decía la gente hablando de Jesús: “Todo lo ha hecho bien”. Ojalá que, al llegar al término de nuestra vida, se pudiera hacer de nosotros este elogio: “Todo lo ha hecho bien”.
No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer bien las mil pequeñas cosas de cada día. “Hacerlas bien”, significa hacerlas con amor: hacerlas porque queremos ayudar a los otros, porque queremos ser un nuevo Jesús, en medio de nuestro mundo.
¿Somos conscientes de que si nos abrimos a Dios, también nos abriremos a los demás, y todo lo haremos bien? Reflexionemos.
Inma Eibe.