La santidad no es una virtud imposible, sino el bien posible.
No es un rasgo de espíritus tan especiales, virtuosos y puros que resultan admirables, pero no imitables.
Es la determinación de hombres y mujeres frágiles, pecadores, con pies de barro, claro que sí, pero aun así convencidos de que con nuestro barro Dios puede crear belleza, sembrar justicia y mostrar amor.
La santidad no es un sueño grandioso, sino un camino cotidiano. Un camino que pasa por la humildad, el cansancio, la alegría de a veces y la preocupación de otras. Se vive y se comparte. El santo es amigo, guía, discípulo… Es elegir ser Cireneo y, como aquel, ayudar al Maestro a cargar la cruz.
Quizás hoy hacen falta más personas que se atrevan a preguntarse: «¿por qué no yo?»
(Rezandovoy – G.C.R.)