He aquí una de las mejores definiciones:
«Participar en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo», y, se debe añadir, en su conocimiento de todas las cosas. Es precisamente este último aspecto sobre el que quiero reflexionar un momento antes de invitaros a interrogaros sobre vuestra fe.
¿Conocéis lo que piensa Dios de todas las cosas? Lo que le gusta, lo que no le gusta, ¿pensáis como Él? Sin embargo no voy a detenerme en esta primera consideración, aunque habría muchas cosas que comentar. Mi intención hoy es la de llevaros a que os interroguéis: «Mi mirada interior ¿sabe ver a Dios presente en todas partes, actuando en todas partes y santificándolo todo? ¿Sabe discernir la dimensión divina de las personas que me rodean y de los acontecimientos?»
Me explico con ejemplos: En el autobús o en el tren, ante esa muchedumbre sombría, agobiada, abrumada, ¿la miráis con la mirada de Cristo? ¿Surge en vuestros corazones esa misma piedad que siente Cristo por ella? —Ese enfermo, ese pobre, esa mujer abandonada que esperan vuestro auxilio, ¿descubrís en su llamada el incomparable acento de la voz de Cristo? — Padres que contempláis a vuestro hijo pequeño, ¿percibís la Santa Trinidad presente en su alma?
Se cuenta que el padre de Orígenes, por la noche, se acercaba en silencio a su hijo dormido y besaba el pecho del niño, tabernáculo de su Dios.— En aquellos acontecimientos que alteran vuestros planes, ¿discernís la mano de Dios, como les gustaba decir a nuestros padres?
Recordad la frase de Pascal: «Si Dios enviara maestros a los cuales hubiera que obedecer de corazón, es seguro que la necesidad y los acontecimientos se contarían entre ellos». —Y cuando los periódicos os informen de esos acontecimientos mundiales, crueles, desconcertantes, inquietantes, ¿os dice vuestra fe que Cristo es el vencedor, que conduce la historia con mano firme y que su amor irreprochable e infalible no lo pueden frustrar los hombres?
¿Deseáis conquistar esa mirada de fe y las reacciones que la acompañan? Permitidme sugeriros un medio. Decidid que hoy, desde la mañana hasta la noche, vais a ejercitaros muy especialmente en ver a todas las personas y todos los acontecimientos con los ojos de la fe. Inaugurad vuestra jornada con esta plegaria inspirada de Ezequiel (11,9): «Señor, pon tu mirada en mi corazón.» Yo os garantizo que vuestra jornada no se parecerá a ninguna otra.
Henri Caffarel.
Carta mensual a los Equipos de Nuestra Señora.