No ha expirado la ley de la encarnación, la que condujo al Hijo de Dios a acercarse a los hombres por medios humanos, a tomar un cuerpo para que pudiera ser visto, oído y tocado, para lograr el objetivo del que acabamos de hablar: la edificación del Cuerpo Místico. La acción de Cristo tiene un medio que él ha preferido entre todos: el sacerdote — o más exactamente el cuerpo sacerdotal, desde el papa al más humilde vicario de barrio. Es a este cuerpo sacerdotal al que Cristo comunica, con una comunicación vital siempre actual, su poder santificante.[…]
Dos sacramentos, una misma vocación: el amor
«Sacerdotes y matrimonios juntos en el camino de la santidad»
No lo interpretéis así: Cristo da poder a sus sacerdotes para santificarnos, como un hombre que sale de viaje apodera a un subordinado para actuar en su lugar. Lo diré una vez más: Cristo no es un ausente, sino el gran Presente. Es él quien actúa, pero a través del cuerpo sacerdotal. Es él quien enseña a su Iglesia, pero a través del magisterio; es él quien la dirige, pero a través de la jerarquía; es él mismo quien comunica su vida a sus miembros, pero por medio de sus sacerdotes y los sacramentos. Fijaos en la locución «a través». A través de su mano el artista convierte su idea en estatua o en cuadro. Por medio del sacerdocio pasa la vida de Cristo a los miembros de su cuerpo místico. El sacerdocio es como el instrumento, el órgano libre y vivo, del que se sirve Cristo para llevar a cabo su obra redentora.
Cuando os pido que comprendáis las grandezas de nuestro sacramento os estoy invitando a captar y creer todo eso. Ese sacerdote que os perdona en el sacramento de la penitencia, que anuncia la Palabra de Dios, que bendice, ¿creéis, sí o no, que a través de él os llega una acción actual de Cristo siempre vivo? «Se hará en la medida de vuestra fe». Sé que las apariencias engañan: nuestros defectos, físicos y morales, ocultan el misterio quizás más aún que las apariencias del pan y del vino, del agua o del aceite. Pero no olvidéis que la gracia de Cristo pasó un día por el borde de su manto para curar a la hemorroisa, por un poco de barro para abrir a la luz los ojos del ciego de nacimiento. ¿No creéis que nosotros mismos estamos obligados a recurrir a aquellos hechos para atrevernos a creer en nuestros misteriosos poderes? Más aún, aferrarnos a la promesa formal de nuestro Maestro: «Quien os escucha a mí me escucha.»[…]
Qué no se podría esperar de vuestra generación si, habiendo descubierto las riquezas del sacramento del Matrimonio, descubriera también las riquezas del sacramento del Orden. Los dos sacramentos en los que se basa el crecimiento del Cuerpo de Cristo.
Henri Caffarel.
L’Anneau d’Or, no 60, noviembre-diciembre de 1954