No todo el conocimiento está en los libros o en los centros de enseñanza. Podemos aprender también a través del consejo de una persona con más experiencia, es decir, de un mentor.
Esta palabra toma el nombre de Mentor, el anciano que en la Odisea instruye Telémaco, el hijo de Ulises, durante la ausencia de su padre. En realidad, este anciano era la diosa disfrazada, guía y protectora también de Ulises.
En general, la juventud va asociada a la inexperiencia. Por ello, la experiencia y la visión que te ofrece un veterano de la vida te puede acoger en los momentos de duda. Muchas veces, esta persona redirige tu vida para bien.
Actualmente, en la era de Internet, las figuras tutelares son difusas. Personalmente, creo que los primeros mentores deben ser el padre y la madre para que ambos constituyen una pieza clave en el proceso de identidad de un hijo o de una hija. En un mundo en el que continuamente se habla de la falta de valores en general, es necesario que en el seno familiar se eduque en estos valores, sobre todo a través del ejemplo. Paralelamente, al pasar el tiempo, por supuesto que habrá otras figuras que harán de mentores.
Aunque hoy en día la juventud obtenemos fácilmente toda la información que deseamos, puede que no conseguimos la que necesitamos más: aquella que se deriva de la experiencia. Obviamente, a menudo las personas jóvenes tendemos a caer en los errores y, hasta que no nos equivocamos por nosotros mismos, no hacemos caso de lo que nos ha dicho alguien con más experiencia.
Por todo ello necesitamos, en un momento dado de la vida y en cualquier ámbito, algún guía; alguien en quien poder confiar para mostrarle las inseguridades e incertidumbres; alguien que ayude; alguien que ayude a trabajar la interioridad. Porque siempre, desde el principio hasta el final de la vida, necesitamos mentores.
Paula Cid
Pregaria