Ayer me encontré con un amigo a quien no veía hace años. Nos saludamos con efusión, y él mencionó espontáneamente cuándo fue la primera vez que nos conocimos. Yo entonces le recordé, lo que Fritz Perls, el fundador de la Terapia Gestalt, le contestó a Barry Stephens cuando ésta recordó con él la primera vez que se encontraron. Dijo Fritz Perls, y lo dijo con naturalidad y convicción típicas de él: “Barry, cada vez que nos encontramos es la primera vez.”
Dichoso quien puede decir eso de su amigo. Nuestro gran peligro es el darle por supuesto al amigo. El tenerlo memorizado, catalogado, definido. Ya le conozco, ya sé lo que me dirá, ya sé lo que yo le voy a decir, ya sé a dónde vamos a ir y qué es lo que vamos a hacer, me lo sé todo porque ya lo hemos hecho mil veces y lo volveremos a hacer otras mil, y la vida es repetición, y la amistad es rutina y todo es siempre lo mismo, y esta es una rueda de la que no salimos nunca. Darle vueltas a la noria.
No, no es lo mismo. Cada vez es distinto, nuevo, diferente. Hay que dejarle al amigo que se nos aparezca de nuevo, que su rostro nos sorprenda, que su sonrisa nos contagie, que su voz suene alegre y su abrazo nos despierte. Cada vez que nos encontramos es la primera vez. Y lo es si lo sabemos ver, porque por larga que sea nuestra historia en común, hoy se abre un capítulo nuevo, se pasa página, se inaugura párrafo, se nace al futuro.
Hoy es el primer día de todo lo que me queda de vida. Cada día es principio, cada amanecer es sorpresa, cada mañana es aventura. No hay dos días iguales por más que las agujas del reloj den vuelta a la misma esfera.
P. Carlos G. Vallés, s.j.