Cien cartas para la oración, Padre Henri Caffarel

Carta No 12 – La fábula del violín y el violinista

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Cien Cartas sobre la Oración Interior. 
Carta No. 12

La oración es obra de Dios, con la colaboración del hombre y no a la inversa. Se trata, pues, de abrirnos hasta el fondo de nuestro ser a la acción divina.

Acabada la audición, estallan los aplausos al caer el telón. Mientras se doblan todavía con entusiasmo, el violín solista avanza sobre la escena, hace una reverencia y, señalando al tímido violinista que se mantiene en segundo plano, se dirige al público: “Deseo que sus felicitaciones vayan también para este señor. En honor a la verdad tengo que reconocer que, privado de su participación, no habría tenido tanto éxito.”

¡Cuántos cristianos me hacen pensar en ese violín! ¿No serás tú uno de esos?

Para ellos, la santidad, esa santidad a la que tienden con buena voluntad, es asunto del hombre con el apoyo de Dios. Sus maneras de actuar son reveladoras de ese pensamiento. Sobre todo, su oración, que se centra en pedir a Dios su ayuda, en defender su causa ante él con todos los argumentos que se les ocurren para instarle a intervenir en su favor. Esta mentalidad es enternecedora, pero se basa en una concepción infantil de Dios y del hombre, falsea la vida cristiana y pone trabas al progreso del alma hacia la perfección. En efecto, la santificación no es asunto del hombre con la colaboración de Dios, sino obra de Dios con la colaboración del hombre, lo cual es totalmente diferente.

Si eso se comprende, todo queda transformado y en particular la oración, que ya no se centra en conseguir que Dios actúe, en obtener del padre que se interese por su hijo. Finalmente se ha percibido que Dios actúa siempre, como decía nuestro señor: “Mi padre y yo actuamos sin cesar.”

La oración, entonces, consiste esencialmente en entregarnos a esa acción divina.

Es imposible estar en esa actitud de ofrenda de la mañana a la noche, porque las actividades diarias distienden los lazos que nos unen a Dios y nos hacen escapar más o menos a su influencia. Es la oración, la que nos hace volver para que él pueda dominar de manera total todo nuestro ser, todas nuestras facultades. Y de regreso a nuestras tareas, permanecemos en el campo de fuerza de la acción divina. Movidos por el espíritu de Dios, actuamos entonces como hijos de Dios. Como escribía San Pablo:

“Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que están movidos por el espíritu de Dios.”

Con esta óptica, sus oraciones no serán como las peticiones de un niño que intenta convencer al Señor para que cambie su opinión; serán más bien una conversión (conversión viene del latín, convertere, “volverse hacia”), una transformación de su ser, que se hará humilde, acogedor, permeable a la acción santificadora del señor. No se trata, pues, de conseguir que Dios se convierta a nosotros, sino de que nosotros nos convirtamos a él.

Henri Caffarel.

La oración es donde tiene lugar esencialmente ese hallarse en la presencia de Dios; hablo de esa oración que es en primer término adoración y ofrenda de uno mismo. Por eso, iniciar y ayudar a los cristianos a orar no ha sido nunca más urgente que en esta época en la que están tomando una conciencia más clara de su vocación Apostólica y de sus tareas terrenales.