EL FUTURO
Es el tiempo de lo que está por venir. Tiempo para fijarse un horizonte, unas metas y deseos. Es el tiempo de los proyectos; de las ilusiones; de anhelos que tienen que ver con uno mismo y con otros.
Si alguien no tiene capacidad para proyectar, para imaginar, para pelear por algo que está por venir, entonces puede quedar preso de un presente que se come todo lo demás.
Pero también, un futuro sin un pie en el presente corre el peligro de convertirse en la evasión ensoñadora de quien construye quimeras.
El futuro nos aporta algo por lo que luchar y un destino. De ahí que sea necesario, en ocasiones, pensar, con intención y esperanza, adónde queremos llegar.
Incluso cuando el propio futuro se vaya acortando, y quizás el final se vea más cercano, sigue habiendo futuro, que es el tiempo de los tuyos. Y pensamos en lo que quedará tras nosotros, sabiendo que la vida no termina con uno mismo.
EL PRESENTE
Es, de algún modo, el tiempo más inmediato, porque es el que tenemos. Es el ahora que manda. Como ya se ha apuntado, es importante aterrizar en el presente, para no quedar presos de lo vivido (la nostalgia estéril) ni de lo futuro (el entusiasmo sin raíz). El ahora es nuestro tiempo más inmediato. No lo es todo, pero es importante.
Conviene aprovechar cada momento, en lo bueno y en lo malo. Valorar lo que está ocurriendo, darles cancha a los sentimientos, y también a las obligaciones. Conviene mirar alrededor y preguntarse por lo que está sucediendo hoy, aquí y ahora.
Hay que intentar hacer frente al diletantismo, que es no tomar nunca las riendas, no dar nunca los pasos necesarios, no hacer nunca lo que uno sabe que tiene que hacer, como le ocurría a un personaje terrible de la película «Dogville», de Lars Von Trier, un enamorado romántico que nunca encontraba el valor o la oportunidad para defender a su amada, y siempre estaba refugiado detrás de un «algún día…»
Una cosa es valorar el presente, y otra, bien distinta, sería absolutizarlo, negando valor al pasado porque ya se ha ido, y al futuro porque en realidad no sabemos si vendrá. Eso sería un canto postmoderno, una exaltación de la inmediatez que ni valora la experiencia ni tiene en cuenta las consecuencias y, por tanto, se vuelve irresponsable.
Estamos llamados a vivir, como personas, nuestro tiempo. Histórico, real, lineal y significativo a la vez. Entrelazando ayer, hoy y mañana. Ese es el tiempo de las personas. No es fácil, y a menudo se nos colarán algunas trampas que nos harán difícil vivir nuestras historias.
José María Rodríguez Olaizola, SJ