Una señora esperaba en el aeropuerto la hora de su vuelo y compró una bolsa de galletas. Sentada en la sala de espera comenzó a leer un libro.
De repente observó que el hombre sentado a su lado comenzó a comer galletas de la bolsa que estaba entre los dos.
No queriendo hacer una escena continuó leyendo, comiendo galletas y mirando al reloj.
El atrevido ladrón de galletas seguía comiendo y ella se irritaba cada vez más.
“Si no fuera tan educada le pondría un ojo morado”, pensaba para sus adentros.
Cada vez que cogía una galleta, su vecino cogía otra. Cuando sólo quedaba una, se preguntaba qué haría el ladrón. Éste con una sonrisa nerviosa cogió la última, la partió en dos, le ofreció la mitad a la señora y él se comió la otra mitad.
Este tipo sí que es maleducado e incapaz de demostrar un poco de gratitud pensó.
Suspiró aliviada cuando su vuelo fue llamado. Recogió sus cosas y se dirigió a la puerta de embarque sin mirar al ladrón desagradecido.
Ya en el asiento del avión abrió su bolso para sacar el libro y lo que vio la hizo enrojecer. Delante de sus ojos apareció la bolsa de galletas.
Entonces cayó en la cuenta de que las galletas que había comido en la sala de espera no eran las suyas sino las del supuesto ladrón que había compartido generosamente sus galletas. Ella era la maleducada, la desagradecida, la ladrona.
P. Félix Jiménez Tutor.