Llevamos en nuestro corazón la ley del servicio. Si somos hijos de Dios, hemos de comportarnos como tales. El servicio es una característica cristiana fundamental.
El Presidente Roosevelt repetía que “una persona que no se propone ideales importantes, seguramente no va a lograr triunfos que valgan la pena”. No se puede lograr lo que no se programa o no se desea.
El ideal no es un fogonazo de un momento, tiene que permanecer durante toda la vida. Cuando la voluntad conoce el ideal, no descansa hasta alcanzarlo. “Tened siempre ante los ojos el ideal; dejaos entusiasmar por él, amadlo con pasión”.
Decía también Roosevelt que las dificultades y contratiempos no echan por el suelo los proyectos e ideales, cuando hay una determinación de llegar hasta el final.
A Milton no le impidió la ceguera escribir poemas; a Cervantes no le frenó el ser manco escribir lo mejor de la literatura española; a Beethoven no le impidió la sordera componer las más bellas sinfonías de todos los tiempos.
Jesucristo nos dejó con su ejemplo el mejor ideal: servir. Él no vino a ser servido, sino a servir. Y aseguró en tono de bienaventuranza: Serán dichosos si sirven… (Jn 13, 17).
“Todo en la naturaleza es un anhelo de servir.
Sirve la nube; sirve el viento; sirve la tierra.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, realízalo tú.
Donde haya un favor que se pueda hacer, hazlo tú.
Donde se pueda brindar una sonrisa de bondad, bríndala tú”(Gabriela Mistral)
Eusebio Gómez Navarro.