1. CUATRO CUADROS DEL “PINTOR” LUCAS
Dice la leyenda que Lucas era pintor. Verdaderamente su evangelio a veces parece una pinacoteca llena de luz y belleza.
La pintura de hoy, el BAUTISMO, la podemos imaginar en una gran sala inicial del evangelio, donde hay cuatro cuadros sumamente cargados de significado. Primero, una tela de grandes dimensiones con Juan, el hombre salvaje del desierto. Después, en el lugar central de la sala, un cuadro bastante pequeño, pero que por su luminosidad, es el centro de la sala: el bautismo. Continúa con una gran (aburrida !?) lista de nombres, la genealogía de Jesús, que lo sitúa totalmente inmerso en la tierra de los hombres. Esta sala inicial termina con otro gran cuadro lleno de contrastes y vigor, la tentación de Jesús.
Todas estas pinturas del artista, el contemplativo Lucas, las pinta lentamente, saboreando su misterio, preocupado por captar el “conocimiento interno del Señor” y no tanto por si este o aquel detalle recogen exactitud histórica. Se dice de los pintores de iconos ortodoxos que pintaban arrodillados. Lucas pinta estas escenas, programáticas de la vida de Jesús, con una profunda reverencia, gusto el misterio de Jesús. Nosotros hoy, también con profunda reverencia, nos situamos ante el cuadro el Bautismos.
2. EL SEGUNDO, EL CUADRO CENTRAL: la Teofanía
Si hay algo que resulta innegable, desde el punto de vista histórico es que Jesús fue bautizado por Juan. La “tradición” que Lucas recibe a través de 50 y tantos años (como todas las tradiciones sobre héroes) tiende a ensalzar Jesús y, por tanto, no habría creado un hecho un poco humillante.
Nótese como Lucas ha disminuido al mínimo la escena del bautismo, e incluso ha escamoteado que fuera Juan quien lo bautizara. Parece que a Lucas le hace angustia un Jesús haciendo cola en la orilla del río, confundido con cualquiera de los pecadores, embarrado en las aguas del Jordán sucias de tanto pecado y de tanta tragedia humana. El bautismo consagra la pertenencia de Jesús a su pueblo. Este hombre que no se sitúa por encima, sino que se baja, que se sitúa como uno de tantos despreciados debido a sus pobrezas y pecados, que se sitúa entre la chusma, es proclamado por el Padre el Hijo amado, objeto de la complacencia de Dios.
3. CUANDO EXPRESAR DIOS: inexpresable
Jesús, el hombre que venía de Nazaret, en su estancia en el Jordán con el Bautista debió encontrarse muy cerca de Dios. Seguro que fue para él un momento de experiencia mística, de encuentro con el misterio de Dios. El evangelista concentra en esta escena, que coloca al inicio del evangelio, lo que fue experiencia continuada de Jesús a lo largo de los años de su camino. Pinta una “escena de revelación”: una Teofanía. Este cuadro del vestíbulo de nuestra pinacoteca estará pintado con un estilo bien lejano del historicismo “en bruto”. Lo hará con estilo poético y mítico, el lenguaje más apropiado para explicar lo inexpresable. Seguro que históricamente Jesús en el Jordán tuvo una profunda experiencia del Padre.
4. DEJAR CLAROS ALGUNOS PUNTOS CENTRALES
“Mientras oraba”, dice el relato de Lucas, se da una auténtica Pentecostés. El cielo que era cerrado desde la expulsión de los primeros hombres del Paraíso, se abre para dejar bajar el Espíritu. La larga y antigua oración, “oh rasgaras el cielo y bajaras” (Is 63,19), ha sido escuchada. Y con el cielo abierto Dios mismo deja clara a los lectores la confesión de fe pascual.
Jesús, que se ha hecho del todo como nosotros en las aguas del Jordán, es:
⎯ El hombre, totalmente tomado por el Espíritu, el hombre espiritual. La paloma rememoraba los lectores del s. Y a toda la belleza de la paloma del Cantar del cánticos, que es la esposa, el amor … A nosotros nos remite a la paloma de la paz, la hermandad, la rotura de la guerra, de las marginaciones y exclusiones … El Espíritu de Dios se ha posesionado de Jesús.
⎯ Un hombre reconocido y consagrado por el Padre como el Hijo amado. Jesús ha hecho la experiencia a lo largo de su vida de “ser una persona querida”, de saberse incondicionalmente apreciado por Dios, a fondo perdido. Ha hecho la experiencia de un Dios Padre-Madre que se ha complacido en él desde el fondo de su Corazón infinito. La relación de Jesús con el Padre, confesará el cristiano, es tan íntima que es de identidad.
La escena es como una revalidación, antes de empezar, de todo el itinerario de Jesús. Un itinerario que el lector de los días de Lucas (y de nuestros!) No siempre le resultará fácil de encajar. Es éste y no otro quien recibe Espíritu Santo. Es éste el que Dios reconoce y consagra como Mesías e Hijo.
F. Riera, s.j.