Sólo con oír el proverbio chino se me iluminó el alma y se me aclararon rincones de la conciencia.
No sin dolor. Vi de repente la imagen del medio puente. Desde una orilla hasta el centro del río. Apéndice colgante, proyección inútil, gesto de piedra incompleta sobre el correr de las aguas. Monumento al ridículo en entorno de casas de hombres y paisajes de la naturaleza. Recuerdo del esfuerzo a medias que gastó energías sin servir para nada. Ingeniería frustrada.
Más hubiera valido no comenzar el puente si no iba a ser terminado. Hubiera ahorrado gastos, hubiera respetado terreno, y hubiera acumulado deseos de comunicación entre las dos orillas hasta que surgiera de veras la voluntad y los recursos para emprender la empresa con garantías de conclusión. Si no hubiera puente, se aceleraría el planeamiento de su construcción responsable. Pero el medio puente lo estropea todo. No permite cruzar el río no deja pensar en otro puente. La maldición del trabajo mal hecho pesará largo tiempo sobre la región. No habrá puente por muchos años.
Medios puentes en nuestras vidas. Planes a medias, estudios a medias, compromisos a medias, amor a medias. Probamos todo, sin entregarnos a nada.
Oración a medias, evangelio a medias, fe a medias. Todo empezado de alguna manera pero sin concluir con la finalidad de la entrega y la totalidad de la consagración.
P. Carlos G. Vallés, s.j.