Si Cristo está viviendo en vosotros, Él está orando por vosotros. Porque para Cristo vivir es orar. Uníos a él, aferraos a él, haced vuestra su oración. O más bien —ya que las expresiones que estoy utilizando acentúan demasiado vuestra propia actividad— dejad que esta oración os llene, os invada, os conduzca hacia el Padre. No os prometo que lo vayáis a notar, solamente os pido creer y que durante la oración, renovéis vuestra plena adhesión. Cededle el sitio, todo el sitio posible. Que pueda tocar todas las fibras de vuestro ser, como el fuego penetra en la madera y la vuelve incandescente.
Rezar es cumplir la petición que Cristo nos hace: “préstame tu inteligencia, tu corazón, todo tu ser, todo lo que en el hombre puede convertirse en oración para que yo pueda hacer surgir de ti la gran alabanza al Padre. ¿Acaso he venido yo para otra cosa que no sea para alumbrar el fuego sobre la tierra y que se extienda transformando todos los árboles del bosque en antorchas vivas? Ese fuego es mi oración. Acepta ese fuego”.
Cristo está presente tanto en un recién bautizado como en el gran místico. Pero la vida de Cristo en uno y otro no tiene el mismo grado de desarrollo. Si en el alma de un recién bautizado ya vibra la oración de Cristo, sólo está en germen, el germen de ese fuego. A lo largo de nuestra exis- tencia y en la medida que cooperemos, se intensificará y poco a poco penetrará todo nuestro ser.
Nuestra cooperación consiste en primer lugar en adherir lo más profundo de nuestra voluntad a la oración de Cristo en nosotros. Pero fijaos bien en el sentido último que le doy a la palabra adherir: no se refiere a un mero acuerdo, a una aceptación verbal sino a una entrega total, del mismo modo que la leña se deja consumir por la llama para convertirse en fuego.
Nuestra cooperación consiste también en buscar con toda nuestra inteligencia en qué consiste la oración de Cristo en nosotros, sus grandes componentes: alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión… con el fin de hacerlas nues- tras cada vez más perfectamente.
Me pedíais temas de meditación. No conozco otro mejor.
Henri Caffarel.
El anillo de oro.