La democracia no garantiza que lleguen al poder los mejores, pero sí que acabemos echando a los peores, a los corruptos, a los que, ebrios de poder y de dinero, se olvidan de que el político debe ser un hombre tenaz, comprometido, honesto y sensible con el dolor y las necesidades ajenas. En definitiva, debe de ser un hombre de paso, que llega, trabaja, sirve y se va. Sólo entonces lo de las manos limpias tienen sentido y la honradez se convierte en algo más que palabras.
Mons. Julio Parrilla
EL Comercio