Acabamos de escuchar un evangelio del que podemos sacar muchas enseñanzas.
1- En primer lugar es un llamado a la generosidad. Como discípulos de Jesús, debemos saber compartir con los demás lo que tenemos, sea mucho o sea poco. Es uno de los signos más claros de nuestra pertenencia al grupo de Jesús. Todos nosotros podríamos decir, de alguna manera, que somos ricos: todos podemos compartir algo con otras personas que tienen menos que nosotros.
2- Pero, cuando hablamos de compartir, no nos limitamos sólo al aspecto económico. También podemos poner a disposición de los demás, muchas otras “riquezas” personales nuestros.
Por ejemplo, nuestro tiempo. ¿Qué hago de mi tiempo?
En nuestra época, el tiempo es un bien escaso: todos vivimos atareados y pendientes del reloj. La agenda de la mayor parte de las personas adultas, está repleta de reuniones, de encuentros, de obligaciones laborales y familiares.
También los niños y jóvenes de hoy tienen el tiempo cronometrado. Al salir de las escuelas les espera un aluvión de actividades complementarias que tienen que hacer.
Hay que reconocer que, en esta situación, regalar unas horas para hacer catequesis o para ayudar a una persona necesitada o para hacer compañía a una persona mayor que se siente sola y conversar amablemente con ella, sin prisas, sin mirar el reloj, realmente es difícil. Pide mucha generosidad.
Y también es difícil, muchas veces, dedicar nuestro tiempo a hablar y jugar con los hijos o a dialogar con la pareja. Pero no pensamos que esto sea malgastar nuestro tiempo. Al contrario: la vida humana no tendría sentido si el vivir se limitara a ser un cálculo programado de producción y consumo.
Hay momentos de generosidad que llenan de ternura y de afecto la vida de las personas. Es en estos espacios, robados en la agenda, cuando nuestro corazón respira, se oxigena, recupera el aliento y descubre la riqueza de vivir humano.
Nosotros somos algo más que máquinas: somos hijos e hijas de Dios, llamados a amarnos y ayudarnos.
¿Sé regalar generosamente parte de mi tiempo a los demás?
3- Hay otra enseñanza que podemos sacar de este evangelio. Recordemos que cualquier pasaje tiene siempre un significado profundo que va más allá de la materialidad del hecho que se narra.
Nosotros tenemos hambre de muchas cosas: de muchas. Pero básicamente, de estimación y de felicidad.
Pero todo esto es expresión de un hambre más profunda que, más o menos conscientemente, todos tenemos: hambre de Dios, que es el único que puede saciar plenamente nuestro corazón.
Jesús se nos presenta aquí como aquel que viene a dar una respuesta a esta hambre profunda: El nos quiere alimentar; pero no de cualquier cosa, sino de Dios.
Este pasaje evangélico es signo de la Eucaristía, el gran regalo que nos hizo Jesús antes de irse de este mundo.
¿Valoramos la Eucaristía? ¿Vitaliza de verdad mi vida?
Participar rutinariamente sería malgastar el don más preciado que nos ha hecho Jesús.
4- Finalmente, hay, en este evangelio, otra enseñanza importante.
Sin duda que había una desproporción inmensa entre las más de cinco mil personas y los cinco panes y los dos peces.
Sin embargo, Jesús se sirve de estos pocos medios- los únicos de que disponen los discípulos- y Él hace el resto. Y comemos todos y aún sobra.
Jesús quiere que entendamos que, cuando los problemas nos sobrepasan, no hay que desanimarse y hundir. Nosotros, por supuesto, no debemos ser utópicos, sino realistas. Pero no humanamente realistas, sino sobrenaturalmente realistas.
Es decir, a la hora de valorar los recursos disponibles, tenemos que hacer entrar también el poder de Dios.
¡Cuántas cosas existen hoy en día, que no existirían si no hubiera habido gente atrevida que las emprendió confiando en el Señor!
Porque, para un creyente, dos más dos, nunca son cuatro, sino mucho más. ¿Por qué en el primer término, hay que contar en ella otro factor que también suma: Dios?
¿Somos conscientes de que dos + dos + Dios, siempre supera en mucho nuestras expectativas?
Todo es cuestión de confianza. ¿La tengo?
Reflexionemos.
Autor desconocido