Carta 12. La oración es obra de Dios, con la colaboración del hombre y no a la inversa. Se trata, pues, de abrirnos hasta el fondo de nuestro ser a la acción divina.
Carta 11. ¿Por qué agitarnos tanto como si el valor de nuestra oración dependiera únicamente de nuestro esfuerzo? El amor de Dios nos cubre y nos rodea por todas partes, no hay más que dejarse inundar por él.