Cien cartas para la oración, Padre Henri Caffarel

Carta No 7 – La creatividad del amor

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Cien Cartas sobre la Oración Interior. 
Carta No. 7

Igual que cada encuentro entre enamorados es único, del mismo modo nuestra oración, si la hacemos con un corazón atento y creativo, será cada día nueva, diferente.

¿Cómo es posible que, después de quince años de practicar regularmente la oración, ésta me resulte actualmente tan árida, tan poco eficaz, sin luz y sin alegría?

Para responderte he recordado las razones que dan los autores espirituales para la sequedad en la oración: una vida de fe que no se alimenta de la lectura y la meditación, especialmente de la Palabra de Dios, o una vida de caridad empobrecida, sin una ascesis clara sobre los instintos, los gustos, las pasiones. Y las dos cosas como consecuencia de una falta de disciplina en la imaginación o en el pensamiento.

Pero la verdad es que me inclino más bien por otra explicación. Sin pretender, no obstante, que sea la acertada, me gustaría que al menos la reflexionaras con detenimiento.

Me pregunto si no serás víctima a la vez de la rutina y de la destreza. Cuando comenzaste a hacer oración, consciente de tu ignorancia, pediste consejo, leíste artículos y libros sobre el tema. Recuerdo tu buena voluntad. Por ello cada una de tus oraciones era una conquista sobre la inexperiencia, la apatía, las distracciones. O al menos un combate arriesgado.

Después has adquirido experiencia y dominio. Sabes que es importante preparar la oración y comenzarla bien, y no lo dejas de hacer nunca. Luchas contra las distracciones, pero sin tensión, como hombre experimentado, que las considera permitidas a veces por Dios; hablas al Señor, pero también sabes callarte, porque has descubierto el precio del silencio, sufres de no sentir ya, como en el pasado, esas súbitas oleadas de luz y de amor, pero has leído que la aridez ocupa también un lugar en toda vida espiritual que progresa.

¿No será que te has convertido en un profesional de la oración, que conoce bien las reglas del arte y las aplica? Se dice de un artesano que tiene maestría, de un médico, de un pianista, que domina el oficio. Y eso es importante. Pero no es suficiente, sobre todo en las relaciones interpersonales, pienso en un profesor, en un escritor, en un predicador.

Y tampoco lo es cuando se trata de la relación conyugal de un hombre y una mujer. Imagino a un marido joven al que le han dicho que no es bueno dejar a la improvisación las conversaciones con su mujer al reencontrarse por la noche. Convencido de esos consejos, a la vuelta del trabajo, le pregunta cómo ha pasado el día, sus ocupaciones, las personas con que se ha encontrado, cómo se ha portado el recién nacido. Por su parte, él también le cuenta los hechos más importantes de su jornada de trabajo. Después le propone pasar la velada leyendo juntos el libro que acaba de comprar. Y, sin embargo, a pesar de esas propuestas acertadas y de ese loable esfuerzo, puede que, inevitablemente, la velada sea decepcionante para ambos, y cada uno, sintiéndose solo y aburrido, continuará con su monólogo interior o se perderá en ensoñaciones.

Y es que, en este terreno de la vida conyugal, no se trata solo de conocer la teoría o de saber manejarse. Dos personas vivas no son hoy lo que eran ayer. Todos los días hay que partir al encuentro mutuo por senderos desconocidos, intentar adivinar la vida profunda del otro, buscar lo que puede suscitar su atención, su interés, su ternura, evitar lo que en esos momentos le molesta o le aburre, descubrir lo que puede alimentar la comunión. Y entonces, a veces se realiza ese milagro que consiste en un verdadero intercambio en profundidad en el que los corazones y las almas comulgan y cada uno encuentra las palabras maravillosamente certeras con las que alimentar ese intercambio, a no ser que sea el silencio el mejor de todos.

No es suficiente saber mucha psicología, conocer de memoria el código de buena conducta entre hombre y mujer. Se trata de inventar cada conversación, cada velada, para que sea un encuentro, un encuentro verdadero. Sin embargo, inventar es difícil, es cansador o, más exactamente, presupone un amor vivo, joven, que no se resigna nunca a un diálogo mediocre, que siempre está impaciente por una comunión más estrecha, estimulado por la esperanza. Es el amor el que suscita la creatividad, y, recíprocamente, la creatividad enriquece el amor.

En la oración pasa como en la vida conyugal (porque la oración también es un encuentro de persona con persona), que se deteriora cuando el oficio sustituye a la invención. Me pregunto si no será este tu caso. Ciertamente es muy útil conocer y poner en práctica, como tú lo haces, las reglas que los hombres de oración nos han enseñado, pero si la creatividad no entra en juego, a pesar de todo ese conocimiento, de toda esa ciencia, la oración será correcta, superficial, habilidosa, pero no conseguirá la comunión del alma con Dios.

Me dirás que, si se trata de su esposa, el marido sabe adivinar, a través de signos que para nadie más serían perceptibles (una manera de sonreír, una luz en la mirada, un temblor ligero en el rostro o en la mano), lo que daría alegría a su corazón. Pero ¿y en el caso de Dios?

Es la fe la que nos podría llevar a conocer lo que él espera, aquí y ahora, de esta media hora de oración; podría ser un aspecto de su pensamiento o una de sus perfecciones sobre las que desea que nos detengamos, una actitud del alma; alabanza o arrepentimiento, adoración o confianza filial, o bien un comportamiento que desea que modifiquemos, porque actúa de pantalla entre él y nosotros.

¿Cómo podríamos descubrirlo y darnos cuenta? Quizá por una cierta calidad de silencio o de paz que sucede a un tiempo de inquietud (en el sentido etimológico del término: ausencia de calma interior), o bien una impresión de plenitud. A veces se tiene la sensación de haber encontrado esa conexión. Al escribir esto me viene a la memoria un viejo recuerdo de infancia (excusen esta sencilla referencia). Un billar, bolas sobre el billar y agujeros que tienen cifras: 10, 100, 500, 1000. Se trataba de hacer que las bolas entraran en los agujeros que tuvieran las cifras más altas. Las bolas rodaban, se aproximaban; una se acercaba a un agujero, pero todavía inestable se alejaba luego; finalmente acababa por caer en uno de ellos, temblaba algunos instantes, luego se estabilizaba y recobraba la inmovilidad.

Del mismo modo, cuando hay dificultad en comenzar la oración, convendría intentar, uno después de otro, tal pensamiento, tal actitud interior que nos han ayudado a rezar en otros momentos. Si ninguno encuentra eco en nosotros ni despierta un sentimiento de paz, nos sentiremos como inestables, más o menos inquietos.

Debemos seguir buscando, sabiendo que nuestra búsqueda es del agrado de Dios. Por el contrario, si se instaura la paz, si tenemos la impresión de estar donde debemos estar, entonces hay que cesar la búsqueda; hemos encontrado lo que Dios quería de nosotros. Ya no queda más que profundizar suavemente en ese pensamiento o reafirmar esa actitud. Gracias a los dones del Espíritu Santo nos haremos poco a poco más aptos a discernir ese querer de Dios.

Aunque nos cueste encontrarlo estamos en el buen camino desde el momento en que nuestra oración está dominada por la voluntad de responder a lo que Dios espera. Busquemos a tientas si es preciso, pero siempre con paz, porque nuestro encuentro con Dios es el de un hijo con su padre.

De esta larga carta me gustaría que quedara sobre todo la idea de que cada una de tus oraciones debe ser una invención, y una invención del amor- hablo de invención en el sentido de descubrimiento, un descubrimiento de lo que le agrada a Dios- Lo que te indicará lo que debe ser tu oración de hoy no podrá ser nunca el recuerdo de lo que fue la oración del día anterior o el conocimiento del arte de orar. Todo depende de buscar sin agobios, con un alma despierta, laboriosa, llena de esperanza.

Henri Caffarel.

¿Cómo es posible que, después de quince años de practicar regularmente la oración, ésta me resulte actualmente tan árida, tan poco eficaz, sin luz y sin alegría?
Para responderte he recordado las razones que dan los autores espirituales para la sequedad en la oración: una vida de fe que no se alimenta de la lectura y la meditación, especialmente de la Palabra de Dios, o una vida de caridad empobrecida, sin una ascesis clara sobre los instintos, los gustos, las pasiones.