El rey enfermó, y el médico real emitió el diagnóstico que el rey no curaría a no ser que tomase la leche de una leona. El rey estaba dispuesto a tomar la leche. ¿Pero quién traería la leona? Se ofreció la real recompensa. ¿Se atrevería alguien?
Un campesino que habitaba en la selva se ofreció y pidió un tiempo. Él conocía la guarida de los leones, se ganó su confianza con graduado contacto, ofreció tierna caza a la leona y ordeñó su leche. La llevó derecho al rey y le invitó a beberla.
En la corte sobran los envidiosos. Alguien gritó: “¡No es leche de leona!”. Otro: “¡Es leche de cabra!”. Otro: “¡Es leche de camella!”. La sospecha se adueñó de todas las mentes, y el rey se dispuso a castigar al imprudente que por ganar una recompensa real traía leche falsa.
Pero el campesino supo defenderse. Dijo al rey: “¿Queréis saber si es de verdad leche de leona la que traigo? Bebedla. Si es de leona os curaréis, y si no, os quedaréis como estáis. ¿No digo verdad?” Calló la corte. Bebió el rey la leche y se curó inmediatamente. El campesino recibió la recompensa.
P. Carlos G. Vallés, s.j.