Señor Jesús
tú conoces el llanto de las madres,
en cada casa, tú ves el recóndito lugar de dolor,
tú sientes el gemido silencioso
de tantas madres heridas por los hijos:
¡heridas hasta morir…, siguiendo vivas!

Señor Jesús,
tú deshaces los grumos de la dureza
que impiden la circulación del amor
en las arterias de nuestras familias.
Haz que nos sintamos hijos una vez más,
para dar a nuestras madres
-en la tierra o en el cielo-
el orgullo de habernos engendrado
y la alegría de poder bendecir
el día en que nacimos.

Señor Jesús,
enjuga las lágrimas de las madres,
para que vuelva la sonrisa en el rostro de los hijos,
en el rostro de todos.

                                              Benedicto XVI