Me han hecho otra vez esa pregunta que es genuina e inocente en sí misma, y muy fácil de contestar en la afirmativa, aunque siempre desearíamos poder probar nuestra respuesta: “¿Rió Jesús?”.
Es evidente que rió pues fue un niño y joven y hombre sano en cuerpo y alma, y como tal no hay duda de que rió y sonrió y se echó carcajadas cuando algo divertido pasaba en su entorno. Lo que pasa es que eso no podemos probarlo por los evangelios. Aunque sí hay indicios. Los niños se acercaban a Jesús, y no lo hubieran hecho si Jesús no hubiera sonreído.
Los evangelios reflejan el género literario de su tiempo y no entran en rasgos personales que consideran secundarios aunque a nosotros nos gustaría mucho conocerlos.
La pena es que ningún gran artista en toda la historia del arte cristiano ha pintado o esculpido a Jesús riendo. Hay algunos Cristos crucificados que sonríen, como el de la Capilla del Castillo de Javier que es muy bello, pero son excepción.
Más delicada aún es la pregunta como me la han hecho esta vez: “Hay tantas imágenes de Buda sonriendo como de Cristo sufriendo. ¿Por qué?”.
Ahí ya es posible que tengamos un poco la culpa nosotros, que hemos subrayado en nuestra religión el rasgo de temor más que el de alegría, lo cual ha llevado a ensalzar el sufrimiento más que el gozo.
La devoción popular a través de los siglos ha dado más importancia a la Pasión que a la Resurrección, y al pecado más que a la gracia. Es más fácil hacer una película sobre la Pasión que sobre la Resurrección. Eso nos ha dado una imagen torcida. A nosotros nos toca enderezarla.
La mejor manera de contestar la pregunta sobre si Cristo sonrió es con nuestra sonrisa.
P. Carlos G. Vallés, s.j.