Esto sólo puede pasar en la India. Pero en la India sí que pasa, y una vez me pasó a mí y quiero contarla, por difícil que sea entenderla fuera de la India.
Yo iba en un tren que va de Ahmedabad a Baroda en la provincia del Guyarat. El vagón iba totalmente lleno, era ya la hora, pero ni trazo de que arrancara el tren. Mi impaciencia iba en aumento. Un cuarto de hora, media hora, hasta una hora entera y ni asomo de salida. Por fin arrancó. Dos monjes hindúes estaba sentados a mi lado. Cuando el tren estaba en marcha, uno de ellos preguntó aunque sin mirar a nadie en particular: “¿A dónde va este tren?” Ahí tenía yo a un buen hombre sin preocupaciones. Yo estaba preocupado a ver cuándo íbamos a llegar, mientras que el monje no le preocupaba ni a dónde nos estaban llevando. Baroda o Bombay le daban enteramente lo mismo. Y si llegamos hoy, será hoy, y si mañana pues mañana. Nada de prisas ni preocupaciones ni impaciencias. ¿A dónde nos lleva esta vida? A donde sea. La vida es descanso, y salir es llegar.
Me da envidia ese monje. Yo tengo citas, horarios, fechas, visitas, charlas, programas sin fin en mi vida. Mi programa hoy es en Baroda, no en Bombay, y a las 7 de la tarde, no a las 8. Estoy comprometido, y eso me ata. En la sociedad en que vivo hay que ser puntual, y eso se ha hecho ya para mí una obsesión, una preocupación, una molestia, una maldición. El día, la hora, el sitio, el traje, la memoria y la sonrisa. Esto es el colmo.
Por eso quiero hacerme monje, al menos por un rato, quiero coger cualquier tren en cualquier estación sin preguntar cuándo va a salir, y cuando se ponga en marcha quiero preguntarle al aire sin mirar a nadie en particular: “¿A dónde va este tren?” Y entonces habré sido por primera vez un hombre libre.”
P. Carlos G. Vallés s.j.