Toda la vida de María se podría resumir en estas palabras:
“Tuvo la fe en la Palabra de Dios y la siguió siempre con fidelidad”.
La fe de María fue ante todo una respuesta personal, libre y generosa a una llamada muy concreta de Dios.
María jugó un papel muy importante en la historia de la salvación. Ella fue el lazo de unión entre el Antiguo Testamento y Cristo, el protagonista de la Nueva Alianza ente Dios y los hombres. En María se cumplen las promesas que Dios hizo a Israel. Por lo tanto ella es para nosotros un signo de esperanza.
María es para nosotros un ejemplo de fe, de fe profunda y coherente que deriva en testimonio de vida, de fe personal y libre que compromete de verdad, de fe plenamente consciente que es respuesta generosa a Dios Padre a través de Jesucristo.
María es también para nosotros un ejemplo de interiorización, de profundo y fecundo silencio interior. En un mundo ruidoso y a veces desconcertante se hace más necesario que nunca el silencio. El silencio interior es un elemento indispensable para hacer madurar las ideas y para profundizar nuestra fe, porque una fe superficial no basta para ser cristianos de verdad.
María, además, es ejemplo de fidelidad. Ella, erguida junto a la cruz de su Hijo, es la bíblica mujer fuerte que no desfallece porque su amor es más fuerte que su dolor. Ella nos dice que la cruz es fuente de vida y de sentido para tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia fueron seguidores de Jesús. Ella supo ver en la cruz de su Hijo el libro abierto de la vida, el símbolo de la entrega y de la fidelidad, el camino que conduce a la luz de la resurrección.
P. Joan Bestard Comas.