Hay un rato al día que se van todos los males. Ya sabes que generalmente no paro ni un momento. Por la mañana, hacia las 8, llega mi madre, y yo salgo con Luis, que me deja en la oficina, y él se va a la gestoría donde trabaja. Tengo trabajo hasta las 3 de la tarde. Suerte que mi madre es una santa. Despierta el niño, lo viste, le da el desayuno, lo lleva a la guardería y le va a buscar hacia las 4 de la tarde. Cuando yo llego el niño duerme. La madre y yo comemos juntas y luego ella se va a casa.
A continuación … ya te puedes imaginar. Hacia las 8 llega el momento sublime, el tiempo en que el niño ya duerme y me quedo mirando. Antes ya he preparado la cena para cuando vuelve Luís. Contemplar como duerme nuestro hijo no sólo me da descanso -que estoy fuerza, de cansada-, sino que a veces es como tocar con las manos la felicidad de tanta ternura y emoción que siento.
No lo sabría expresar con palabras. Tampoco con sentimientos, ya que estoy generalmente bastante agotada. Es un tiempo único, como si el reloj parara y … ¿Qué quieres que te diga? Esto sólo lo puede entender una madre. Siento las llaves que abren la puerta. Es él. Ahora deja la cartera sobre una silla y viene hacia la habitación. Nos quedamos unos momentos en silencio y vamos a cenar.
Te cuento. Hace una semana en la parroquia nos dijeron que Dios era comunidad. No entendí mucho que decían, porque tan sólo escuchar esa palabra, “comunidad”, sentí dentro de mí aquel gozo de la contemplación de mi hijo cuando duerme. ¿Y si Dios nos mirara como una madre? Ciertamente algunas veces osaría decir que me he sentido mirada por Él; no sólo ahora, sino especialmente en su juventud. Quizás piensas que es una imaginación. Piensa lo que quieras; pero encuentro una cierta sintonía entre mi mirada al niño y aquellas que sentía yo algunas veces cuando volvíamos del voluntariado y entrábamos en la capilla de la Virgen del Carmen. “Si acaso me abandonara padre y madre, el Señor me recogerá.” (Salmo 27, 10)
J.R.
Pregaria.
Jesuites cat.