La vida es proyecto, tarea, llamada y don. Escoger «mi» vida supone elegir a qué o a quién quiero dar mi vida. Implica, primero, que mi vida es mía y, segundo, que puedo darla, perderla, sólo si es mía; y al darla me doy, me pierdo y, tal vez gozosamente, me encuentro.
Escoger mi vida es difícil. Primero hay que acoger la vida, asumir la vida; segundo, identificar la autenticidad de «mi» vida. La necesidad de identificación racional y afectiva exige diálogo, confrontación, comunicación y soledad. Escoger mi vida exige decir Sí y NO.
Decidirse a habitar la propia vida es escoger el camino de ser feliz sabiendo que por la vida pasa el dolor y el gozo, y que no puedo huir de mi propia vida cuando aparece el fantasma del dolor, ni puedo alienarme en el supuesto gozo.
No es fácil saber gozar ni saber sufrir viviendo en coherencia y en fidelidad a uno mismo y a las causas a las que he entregado mi vida. Escoger mi vida es un imperativo de la persona madura, pero sabiendo que es relativo a tiempos, crisis, momentos; es importante saber desdramatizar. Elegir sin grandilocuencias que desfigurarían la verdadera talla de mi vida, importante pero no absoluta.
Escoger es el prólogo de una existencia auténtica; pero por elegir no me voy a convertir en el ombligo del mundo. La obsesión autorrealizadora muchas veces me lleva a erigir un monumento a mi propio yo, y entonces, más que escoger mi vida, estoy escogiéndome a mí, aun a riesgo de no vivir ni vivirme.
José A. García-Monge, s.j.