La actividad pastoral, asistencial y misionera de los territorios de misión depende de los donativos del Domund. Esta jornada es una llamada a tener presentes y orar por los misioneros y misioneras, pero especialmente también a la colaboración económica de los fieles de todo el mundo para ayudar a los más desfavorecidos con proyectos pastorales, sociales y educativos. Así se construyen iglesias y capillas; se compran vehículos para la pastoral; se forman catequistas; se sostienen diócesis y comunidades religiosas; se mantienen hospitales, residencias de ancianos, orfanatos y comedores para personas necesitadas en todo el mundo.
1. El lema de este año es: “Cambiar el mundo” . Puede parecer demasiado pretencioso y, también, ingenuo, pero pone el énfasis en lo que a nosotros nos toca poner de nuestra parte. Seguramente podemos poco, sin embargo, lo poco que podemos … ¿lo hacemos?
El cambio del mundo nace de un corazón cambiado. Un corazón cambiado es aquel en que ha entrado Dios. Desde un corazón que ama se vence el egoísmo, se deja de pensar sólo en las necesidades propias, y se empieza a pensar en las necesidades de los demás.
El cambio es la respuesta que brota de un corazón agradecido desde la experiencia de haber sido liberados y ‘rescatados’ por Jesús, de su compasión sobre nuestra debilidad. Entonces, con Él, podremos hacer obras de misericordia.
2. Se trata de dar la vida para que el mundo cambie. En el Evangelio, Jesús nos pone ante un dilema: o estamos con los poderosos que tiranizan con su poder, o nos ponemos al servicio de todos para que muchos puedan salvarse. Y la única razón que da para actuar así es su propia manera de vivir: “como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir a los demás, ya dar su vida como precio de rescate para todos los hombres. “
A partir de este cambio de corazón y de pensamiento se puede adoptar un compromiso de acción concreto. No se trata de planes que no se puedan abarcar, sino de acciones que se puedan realizar. Y es que el gran cambio que transforma los corazones llega mediante cambios pequeños, es posible y está al alcance de todos. Se trata de no tener límites para las cosas grandes, para lo mejor y más bello, pero, al mismo tiempo, estar concentrados en lo pequeño, en la entrega del momento presente.
3. Jesús nos envía para hacer algo y cambiar las cosas. El mandato de Jesús es “id por todo el mundo y haced discípulos míos” (cf. Mc 16,15; Mt 28,19). Es también el mandamiento del amor.
La experiencia de la salvación se reconoce por la vivencia que se transparenta, por las actitudes y acciones y por la palabra. Dar razón de la esperanza y explicitar la fe que da sentido a la propia vida puede dar luz, y hacer resonar la fe en el corazón de los demás.
La “transmisión de la fe”, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida.
Y el Señor da fuerza y acompaña a quien emprende este camino, que es el camino del discípulo misionero: “Yo estaré con vosotros, día tras día, hasta el fin del mundo.”
4. Cada hombre y cada mujer es y instituye una misión: esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando se es joven en edad, son como las fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia delante nuestra existencia.
Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes, incluso, lo que es. Nadie debería pensar que no tiene nada que aportar o que no le hace falta nada a nadie.
Silvestre Falguera, sj.