En unas fechas en que recordamos la fundación de los Equipos de Nuestra Señora, quiero recordar a su fundador como un hombre de oración que oraba de veras y enseñaba a orar.
En las Semanas de Oración del P. Caffarel se encuentran muchos consejos sobre la práctica de la oración. Él proponía cinco: querer orar, fijarse un tiempo cada día, comenzar bien, habitar tu cuerpo, unirse a la oración de Cristo.
Fijémonos que no está proponiendo un método en particular. La fecundidad de la oración, que es un don de Dios, no depende de una postura física, de una técnica respiratoria o de un método de meditación, sino de una unión con Cristo muerto y resucitado. El método, personal de cada uno, no es más que un instrumento para ponernos a disposición del Señor, parar abrirnos a su misericordia. Con el tiempo, uno se da cuenta de que el mejor método es no tenerlo.
Querer orar: el piloto automático
«Querer orar, es orar», afirma el padre Caffarel, recordando a San Agustín. Durante la oración, lo importante no es estar atento todo el tiempo a Dios, cultivar bellos pensamientos sobre Él, experimentar sentimientos agradables. No, lo esencial reside en la voluntad, en una orientación libre de todo nuestro ser vuelto hacia Dios. Este camino interior no es voluntarismo, pero requiere una disciplina para velar con Dios. “Señor, yo quiero que esta oración sea lo que Tú quieres”.
Este acto lúcido de querer lo que Dios quiere sobrepasa las sensaciones, los sentimientos, las distracciones, las imágenes, las ideas que podamos tener.
«Pero entonces, si lo esencial de la oración no reside en la estabilidad de la atención, ni en el «yo siento», ni en el «yo pienso», ¿dónde encontrarlo?.
En el “yo quiero”, la adhesión de mi voluntad a la voluntad de Dios.
Lo que viene a querer decir que la oración no es un asunto de atención, ni de sensibilidad, ni de actividad intelectual. Consiste en esa orientación que imprimo voluntariamente a mi «corazón profundo». Ese “yo quiero” se convierte en el “piloto automático” de la oración, expresión muy querida por el padre Caffarel que él llama también “intención”. La intención de entregarse sin reserva al amor de Dios en la oración conduce todo el recorrido, aún si la atención a Dios no se mantiene siempre. La intención viene de nosotros y nos compromete a continuar orando, la atención a Dios es una gracia que nos conduce a degustar su silencio de amor.
C/ Federico Ma. Sanfelíu, s.j.